EL aeropuerto, los hoteles y otros alojamientos, bares y restaurantes, los museos, tanto el Guggenheim como el Bellas Artes... El verano ha sido pródigo en récords relacionados directa o parcialmente con el turismo que nos visita. Y que gasta. Con solo pasear por nuestras calles –y no solo en Bilbao– se podía constatar la afluencia de visitantes y, en general, su disfrute de los atractivos más obvios, publicitados y difundidos por las redes por otros turistas anteriores. A algunos les molesta tanta gente invadiendo nuestro espacio, y es algo a gestionar bien, pero sea bienvenido el problema.
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