RESULTA curioso el efecto que ha tenido la publicación en El País la serena reflexión del lehendakari Iñigo Urkullu sobre la necesidad de alcanzar, a través de una “convención constitucional”, un pacto que resuelva el eterno problema de la plurinacionalidad del Estado español. Es llamativo, primero, que la misiva haya ensombrecido el debate sobre la más que seguramente fallida investidura de Alberto Núñez Feijóo. En un momento donde la agenda diaria la marca más de lo necesario la política cocinada y servida desde Madrid, Urkullu ha logrado girar el foco mediático hacia Euskadi, lo que demuestra el respeto que se le tiene, lograda por una seriedad en la gestión poco habitual hoy en día. Sin embargo, analizado el peso indudable que están teniendo las argumentaciones del lehendakari resultan curiosas, a su vez, las diferentes interpretaciones que la misma reflexión ha tenido: desde el análisis realizado bajo el foco de la ruptura de España, hasta opciones más posibilistas siempre condicionadas por el momento de la investidura de Feijóo o, ya se verá también, de Pedro Sánchez. Editoriales y reacciones coinciden en devaluar la propuesta de Iñigo Urkullu la cual, en lo complejo de su sencillez, simplemente apuesta por encontrar mediante el diálogo que las diferentes sensibilidades que cohabitan en el Estado español tengan encaje y sean respetadas. No deja de ser curioso, así en tercer lugar, el miedo que se transpira para abordar este debate. Sin conversar, sin dialogar y pactar no es posible, en este ni en ningún otro orden de la vida, solucionar las cosas. Queda, por tanto, un previo que resolver, como es si se tiene verdadera intención de hablar de que las plurinacionalidades que conforman el Estado español sean respetadas de manera seria y no a golpe de cheque en función de los intereses de cada cual y del momento electoral. Si se quiere, en definitiva, hacer Política con mayúsculas.
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