LA expresión crispación parece resumir el estado de ánimo generalizado que nos ha tocado vivir y que contemplamos demasiado asiduamente en nuestra vida diaria. Es sinónimo de irritación, en lenguaje coloquial. Pero, ¿qué es lo que hace que nos sintamos y comportemos crispadamente, y que percibamos ese estado de ánimo en una parte importante de nuestros conciudadanos y de las circunstancias de nuestra vida cotidiana, sobre todo en aquellas que compartimos con desconocidos, o conocidos irritantes?

Depende del enfoque que adoptemos, podríamos articular varias respuestas, entre ellas mencionaré las que me parecen más normales y generalizables.

Una parte considerable de nuestro tiempo diario está influida negativamente por un excesivo volumen de acontecimientos acaecidos en nuestro mundo global, pero habría qué preguntarse si esos acontecimientos se producen real y objetivamente. Además, esa afectación navega sobre la capacidad de los medios de información que con la cantidad de mensajes que emiten y la rapidez e intensidad con la que se producen. Agudizan, en consecuencia, la irritación. Incluso con noticias falsas que sirven, principalmente, para enmascarar la realidad, la objetividad de los acontecimientos, por mor de intereses espurios, fundamentalmente, en las redes sociales y en algunos grupos de comunicación. También están los que se consideran fiables, profesionales y serios.

También se da una debilidad cultural generalizada. No hablo de conocimiento, hablo de solidez cultural y psicología. En definitiva, de educación y psicología que guarda una relación directa con la cultura. A más cultura, mayor solidez psicológica. Por otra parte, parece que el hedonismo, como escuela filosófica y pauta del comportamiento humano tiene un protagonismo importante, sino mayoritariamente influyente, en nuestra sociedad occidental de hoy.

Dicho de otra manera, vivimos en la búsqueda obsesiva del placer, pensando que esa vida placentera es a lo máximo a lo que debemos aspirar y ello nos empuja a tener una mayor sensibilidad contraria a lo desagradable. Por ejemplo, a las noticias negativas. Si a ello unimos una presencia importante de la cultura irreflexiva que exige soluciones inmediatas a las dificultades que se nos presentan, ya contamos con un caldo de cultivo óptimo para la crispación.

A la hora de reflexionar sobre lo que puede hacerse frente a lo esbozado, me viene a la memoria la propuesta educativa que me explicaba un amigo para ayudar a los preadolescentes en su maduración. Definía dos tipos de métodos pedagógicos. En primer lugar, la persuasión, y si esta no funciona, entonces llega el turno de la percusión. El pescozón a tiempo, vaya.

Trasladando ese hipotético modelo educativo infantil al mundo adulto, podríamos identificar la persuasión con el sistema de mayorías, porque estas son las que deciden sobre los asuntos. Es decir, hablamos del núcleo de funcionamiento de la democracia liberal que se basa en el convencimiento y negociación. Mientras, el sistema de la percusión podría identificarse con la imposición de las opiniones, decisiones y tendencias aplicables por parte de una minoría. En cualquier caso, tanto en uno como en otro sistema, a aquellos que se pasan de “listos” incumpliendo las normas legales y de urbanidad, por muy “salados” que resulten, se hacen merecedores de una doble percusión, un doble castigo.

Profundicemos un poco más. Detrás del sistema de mayorías ya se ha indicado que existe una metodología sólida a medio y largo plazo sustentada en la negociación, pero, qué duda cabe que negociar implica, en todo caso, hacerlo con voluntad de cooperar. Si lo que impera es el espíritu de la confrontación llegaremos también por esa vía a la crispación.

La cooperación, como cultura y forma de actuar socialmente resulta intrínsecamente positiva, dada la complejidad en la que vivimos. Y es positiva como visión de pacto entre entes privados y entre lo público y lo privado.

Sea cual sea la materia o asunto problemático sobre el que resulta necesario generar una solución y ponerla sobre la mesa, el método cooperativo supone, en todo caso, la realización de un análisis suficientemente riguroso, la puesta en común del mismo, su debate e identificación de la resolución pertinente por mayoría. En definitiva, el modelo racional de los clásicos: hipótesis, tesis, antítesis y conclusión.

La imposición genera mayor crispación y más descontento –aunque no a algunos, especialmente, los que pretenden implantar modelos autoritarios– y, por lo tanto, dificulta la implantación de soluciones estructurales.

La cooperación es más compleja, pero sus acuerdos son susceptibles de mantenerse a largo plazo y son beneficiosos, incluso, a los contrarios a las resoluciones adoptadas. ¿O es que las infraestructuras de transporte u otros servicios públicos no benefician no solo a todos los usuarios, se pagan sus impuestos y tasas, o peajes, sino también a los que no cumplen con sus deberes fiscales?

Concluyo con dos referencias. La primera la retomo de la idea de que “si lo que impera es el espíritu de la confrontación llegaremos… a la crispación. Aplicando esta frase a la rabiosa actualidad que vivimos, comprobaremos cómo hay líderes y lideresas de la Península Carpetovetónica y aprendices de brujas y brujos, que, sobre mentiras y falacias, pretenden construir un presente que, indefectiblemente, nos llevará a un futuro de violencia y crispación. Sería conveniente que la ciudadanía no les hiciera demasiado caso.

Economista