Parece evidente que la gente no es optimista sobre el futuro como hace 20 o 30 años. Somos una sociedad insatisfecha, en opinión de filósofos e investigadores sociosanitarios. Hay un dato que preocupa sobremanera por lo trágico; me refiero al incremento alarmante del número de suicidios, teniendo en cuenta que es la primera causa de muerte violenta en el mundo. En su informe Estado Mundial de la Infancia 2021, Unicef estima que un 13% de los jóvenes con edades entre 10 y 19 años padece un trastorno mental. Sin embargo, la incidencia real es probablemente mayor por el estigma social asociado que empuja a los familiares a ocultar esta realidad.

Lo natural es querer vivir. Pero lo cierto es que una causa principal para suicidarse es el convencimiento de que la vida ya no tiene sentido, atrapados muchos, desde muy jóvenes, en la dependencia consumista, la hiperactividad superficial y las redes sociales que nos conectan mejor, pero marginan lo “vivencial” hasta convertirse en un fin en sí mismas lastrando la comunicación del corazón.

Albert Camus decía que juzgar si la vida vale o no la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental: ¿qué sentido tiene nuestra existencia? Como humanos, resulta inaceptable pensar que nacemos nada más que para comer, reproducir, envejecer y morir. Lo cierto es que nos movemos entre la búsqueda de sentido como impulso para lograr unas metas, y el sinsentido de una existencia de pulsiones vacía de significado vital.

Nietzsche anunció la muerte de Dios como el comienzo de un mundo sin referencias sólidas, algo terrible por la pérdida de la principal referencia existencial (Dios). Lo importante para él era el superhombre capaz de romper con la esencia cristiana, aunque advierte de las consecuencias que supone destruir el amor verdadero y los valores cristianos al darse cada uno sus propias normas y valores. Pero al organizarnos la vida sin Dios, todo está permitido volviéndose la vida contra el ser humano.

Asumir la muerte de Dios como referente implica colocar lo humano en el centro de la existencia para el surgimiento de un nuevo sentido… que Nietzsche no lo explica, dejando a sus seguidores a la intemperie de cada cual. Esta deriva nihilista contra la influencia de los clásicos griegos y la Biblia, pretende desmontar valores dominantes, como son el amor y el bien, considerados la pura nada que deben suplantarse por una nueva moral que, en realidad, es una moral gregaria de animales: la fuerza del poder ajeno a debilidades como la compasión y la misericordia del Dios cristiano, para Nietzsche el gran rival del ser humano y no su fundamento.

En el otro extremo, el sentido de la vida tal como lo experimenta Viktor Frankl, reside en encontrar un propósito. Si tenemos un por qué, siempre encontraremos un cómo. Motivados, siempre podremos generar todos los cambios necesarios para crear una realidad más humanizada, como le ocurrió a él mismo, que pasó por varios campos de concentración nazis tras perder a su mujer y a sus padres.

Para este psiquiatra, el ser humano se construye desde la búsqueda esperanzada del sentido vital. A pesar del sufrimiento que puede causar una situación devastadora, las ganas y la esperanza de vivir por algún objetivo particular hacen de la experiencia negativa una oportunidad para darle sentido a nuestra vida. No hay nada que ayude a sobreponerse a las dificultades externas y a las limitaciones internas, como el tener una tarea en la vida. En este sentido, el dolor sobrevenido es una oportunidad de desarrollo, aprendizaje y sentido que nos ayuda a convertirnos en la mejor posibilidad de cada uno, en lugar de limitarnos a vegetar.

No importa que no esperemos nada de la vida. Lo que verdaderamente importa es lo que la vida espera de nosotros. Aquí la voluntad (querer) es fundamental ya que nosotros no inventamos el sentido de nuestras vidas, sino que lo descubrimos. Para eso tenemos la libertad última de cambiar nuestra actitud ante una situación. Nadie nos puede impedir que elijamos una actitud, incluso cuando peor están las cosas. Amar, por ejemplo, la actitud que da un sentido pleno a la existencia.

A pesar de todo, Nietzsche hoy está más valorado que Frankl quien, al menos, mantiene su libro referente –El Hombre en busca de sentido– en las librerías. Merece la pena.

Analista