ESTE fin de semana vuelve el cambio de hora. Y, con él la eterna discusión de si es conveniente o no. Que si nos descuadra el reloj biológico, que si no sabemos para qué se hace, que si anochece antes, que si eso es una tristeza. Etc., etc. Y así, octubre tras octubre. Y, después, la contra marzo tras marzo, donde se suma que cómo cuesta recuperar el ritmo, que si cuando nos levantamos pronto por el día vuelve a ser de noche, que si no sabemos para qué sirve esto, que si los niños y las niñas, bla, bla, bla. Y todo sin saber lo principal: oye, ¿pero ahora qué toca, una hora más o menos? Eterno, como digo.