El marco festivo del verano es un ámbito que en Euskadi había sido en el pasado escenario de visibilidad de pulsos políticos. Fundamentalmente protagonizados por la izquierda radical independentista y muy especialmente por sus simpatizantes más jóvenes, la progresiva desactivación de la tensión y el efecto disuador de la pandemia en los últimos años, habían propiciado la ausencia de incidentes relacionados con los clásicos objetivos de auténticas campaña de acoso: la Ertzaintza y los partidos políticos rivales. Este año se da la circunstancia de que la calle vuelve a ser lugar de encuentro y disfrute, lo que arrastra, lamentablemente, a convertirla en terreno de juego por el que fluyen formas de acoso que creíamos desterradas. Mutriku y Gasteiz vivieron sendos episodios de acoso a agentes de la Er-tzaintza, ayer mismo se denunció un incidente en Romo que habría convertido en víctima de ese acoso al hijo del presidente del PP del País Vasco, Carlos Iturgaiz, y durante semanas se han reproducido los ataques con pintadas sobre un número importante de batzokis del PNV en diferentes puntos de la geografía vasca. Como sociedad, estamos inmersos en una lucha contra las formas de acoso por razón de género y de orientación sexual; hacemos votos por desterrar la intimidación en todas sus formas, incluida la nefasta moda de los pinchazos a mujeres. No estamos para admitir que a cualquiera de estas formas de agresión se le añada la de intencionalidad política ni mucho menos que, por el hecho de aplicarle un barniz ideológico, caigamos en el error de establecer baremos diferentes en la condena de las mismas actitudes intolerantes en función de quién es objeto de ellas. Contextualizar los episodios descritos más arriba en el pulso entre las organizaciones juveniles Ernai y GKS no es suficiente para explicarlo. Mucho menos para admitirlo. La frivolización de la intimidación, del acoso y el insulto alimenta una cultura violenta y abusadora que se materializa en todas sus formas: en la agresión o el insulto a un ertzaina, en el acoso a una mujer o a cualquier persona transgénero, en la intimidación por diferencias ideológicas... Del mismo modo en que se ha construido un consenso que no concibe el amparo a un acosador sexual, debe negarse todo amparo al acosador político. Sin medias tintas ni cálculos interesados. l