EN la confianza de que fuese útil para los entrenadores, en especial para Ernesto Valverde, que es lo que aquí interesa, así como provechosa para los jugadores, es obligado señalar que la idea de montar un partido de 120 minutos se reveló como una ocurrencia en absoluto amena desde la perspectiva del aficionado. Mainz y Athletic hicieron desfilar sobre el césped a sus plantillas al completo y hay que suponer que tan generoso reparto de oportunidades era el principal objetivo de un montaje que seguro agradecieron los que visten de corto, no en vano jugar constituye su mayor aspiración. Pero, visto lo visto, esta modalidad de amistoso reclama una revisión.

El espectáculo se resintió por el simple hecho de que alargar hasta el infinito (la verdad es que el partido se hizo eterno) la ración de fútbol no es garantía de nada, de nada bueno. Si el reglamento estipula que vale con 90 minutos, será por algo; y el tiempo extra hasta los 120, lo que se conoce como prórroga, cobra sentido en competición, con un premio por el que pelear. No era el caso y encima dilatar el asunto tuvo un efecto perjudicial, pues impidió la victoria: la acción que precedió al pitido final neutralizó la ventaja nacida en una genialidad de Nico Williams, probablemente la única a reseñar.

Ahora que los organizadores de las vueltas ciclistas han caído en la cuenta de que no por estirar el kilometraje mejora el nivel de la carrera, que es más bien al revés, la pretemporada rojiblanca nos obsequió con un invento que apenas transmitió aspectos sugestivos. Es posible que el discreto perfil del rival contribuyese a ello y además es probable que los hombres de Valverde acusasen el tute acumulado en la semana. Desde luego, se echó en falta chispa, alegría, el equipo curreló de lo lindo, dio la cara en las disputas y mantuvo un orden táctico, aunque en lo relativo a creación y ataque estuvo plano, incapaz de generar en terreno contrario. Los elementos más avanzados ni la olieron, víctimas de un suministro paupérrimo.

Cabe asimismo que la mente no estuviese preparada para asimilar como merecía lo acontecido en el estadio del Mainz, pero se debe comprender que estuviese en otro sitio después de la intensa rumorología desatada la víspera. Ver a Iñigo Martínez en la alineación inicial y empezar la cabeza a funcionar fue todo uno. Era inevitable escrutar en la gestualidad, en la disposición del central, a fin de buscar una respuesta, una señal que arrojase una pizca de luz en torno a un asunto que va camino de acaparar de modo exclusivo, obsesivo incluso, la atención de todos y cada uno de los seguidores.

En realidad, no es extraño que el futuro de un jugador concreto absorba el seso del personal porque se trata del jugador, del mejor que hoy en día (al menos hasta ayer) milita en el club. Lo ha demostrado con creces estas temporadas, desde que fuera captado de las filas del vecino, con la particularidad de que añade a su aportación individual la impagable virtud de hacer mejores a quienes lo rodean. Así se explica la negativa repercusión que para el colectivo han tenido la inmensa mayoría de sus ausencias por lesión o sanción.

Cómo no fijar la mirada en él cuando cubierta la primera hora del amistoso, con el árbitro a punto de mandar a los jugadores al vestuario, le metió un viaje a un contrario en el círculo central para cortar una contra y se ganó a pulso una amarilla. A ver si no será esta la imagen postrera que quede de Iñigo Martínez vistiendo de rojo y blanco. En fin, volviendo al partido, diversos detalles que anotar: Morcillo hizo de lateral por la lesión de Yuri Berchiche y fue de los pocos con presencia en ataque; Petxarroman se estrenó en la media; Sancet volvió a coincidir con Muniain, pero más adelantado no se enteró y fue el primer relevado; superadas sus molestias, regresó Balenziaga y, para variar, cumplió con su cometido; Iñaki Williams, sin opciones de lucimiento como ariete, al igual que Villalibre, quien al menos con su salto ganó varios melonazos; Dani García acabó de central. Poco que rascar en el maratón alemán. l