UNA vez recibí una lluvia de dinero en Vitoria-Gasteiz. No, no se trataba de un bautizo en el que los niños recogían monedas y caramelos en el pórtico de la iglesia. Eran monedas de peseta y de duros, que era lo que la gente llevaba en los bolsillos de aquella época. Yo hubiera preferido que, puestos a arrojar, nos hubieses lanzado algo así como modestos fajos de billetes, más suaves al tacto y fáciles de recoger. Pero nuestros lanzadores no estaban allí para remunerar nuestra presencia. Habían aparecido para insultar y humillar. Una buena parte de ellos parecía joven y combativa. Alegres, quizás no tanto.

Lluvia dorada

El acto que nos había convertido en dianas de su calderilla era una reivindicación política de la entonces Euskadiko Ezkerra, que no ha dejado –lo siento– un rastro profundo en mi memoria. Para qué más; los sectores radicales e inmaculados del patriotismo en un despliegue de generosidad vaciaron sus bolsillos contra nosotros al tiempo que nos llamaban de todo menos guapos o guapas. Posiblemente, tampoco lo fuéramos. La palabra traidores tronaba por encima del ruido de las pequeñas monedas al caer al suelo.

Hay que constatar que a la manifestación de Euskadiko Ezkerra habían acudido bastantes militantes de la coalición con años de cárcel a sus espaldas y algunas vidas rotas por su oposición al franquismo. Mi propio compañero de viaje a la capital gazteiztarra era uno de los héroes del Proceso de Burgos en el cual había recibido dos condenas de muerte, por sí una fuera poco. De aquella experiencia saqué dos conclusiones. Que agacharse constantemente para recoger pesetas no era un gran negocio y que es menos complicado gritar consignas que reflexionar. La mala baba de todos aquellos sacrificados revolucionarios me resbalaba, aunque sus gritos incomodaran bastante. Desde entonces algo he aprendido en el oficio de la vida: los héroes están sobrevalorados

No he conocido héroes en el campo de la política, quizás con la excepción de Mandela, que no se hayan diluido en sus propias contradicciones; aún así el fregado que ha dejado su herencia política es muy serio. Los héroes del pasado dejan de serlo y, frecuentemente, pasan al papel de traidores. En estos trasvases emocionales los enredos políticos y las decisiones, unas veces nobles y otras interesadas, entran en juego. Los antiguos idealistas se convierten en pragmáticos y posibilistas, a menudo porque no hay otra salida. Los maximalistas se convierten en duros jueces y con el mismo entusiasmo que auparon a los héroes ahora los bajan del pedestal a pedradas.

No es una especialidad exclusiva nuestra. Sucedió también en Irlanda, país bien dotado para el drama y la tragedia. Michael Collins, uno de los líderes más relevantes del movimiento republicano e independentista irlandés fue el encargado de asentar el tratado de paz con el gobierno británico tras la rebelión. Su visión posibilista le enfrentó con una buena parte de sus antiguos compañeros de armas. Y a pesar de que la gran mayoría veía en él una gran capacidad negociadora, una facción de su movimiento lo asesinó en una emboscada. El asesino, Sonny Neill, había sido antes tirador del ejército opresor.

Sin llegar a esos extremos irlandeses, y a pesar que la disolución de ETA fue “limpia”, las tensiones en la izquierda abertzale siguen larvadas. Posibilistas y radicales se enfrentan en una lucha marxista, tendencia Groucho. Hace unas semanas el sector más radical, agrupado bajo el nombre de Gazte Koordinadora Socialista, denunció la política institucionalista de Bildu y en un alarde de imaginación acusó a Otegi y a los suyos de seguir la política del PNV. Nada que no hayamos visto en otras ocasiones, esta vez con los papeles cambiados. Los severos jueces del pasado se han convertido ahora en “víctimas del fascismo radical”. Arnaldo Otegi ha pasado de incardinar el papel de héroe al de héroe de papel, cuando quizás no haya sido ni una cosa ni otra. Pero, obviamente, los de la GKS no piensan como yo.

La tragicomedia llega ahora a su punto más abisal. Hay que repartir las mesas, las sillas, los ordenadores y alguna txosna probablemente. Con la llegada de las fiestas es factible que los ánimos se caldeen y se enzarcen en el más espantoso ridículo. Yo espero que las monedas que arrojen esta vez sean de euro y no de peseta. Sería lo único que vaya conforme con los tiempos.

* Periodista