STA semana he visto con los míos tres productos cinematográficos que tienen relación más o menos directa con nuestro país.

A principios de semana lo intentamos con una serie que se basa en la proeza de Elcano. En el primer intento no fuimos capaces de superar los 20 o 30 minutos antes de abandonar tras una sucesión un tanto insufrible de tópicos. Al cabo de dos o tres días le di una segunda oportunidad a ese primer capítulo y lo vi entero para ganarme el derecho a tener una opinión. No se puede juzgar una serie por un capítulo y menos en público y por escrito. Se me ocurren ahora mismo al menos dos series cuyos primeros capítulos me dejaron frío y que terminé disfrutando. Pero de este primer capítulo puedo decir que lo de menos ha terminado siendo el muy discutible tratamiento histórico de la gesta, el momento y los personajes, especialmente el acercamiento a la figura de un Elcano que resulta menos creíble que un apache representado por un señor de Albacete en un decorado del desierto de Tabernas. Lo peor es que tras media docena de trivialidades acartonadas para presentar a los personajes, incluida una pelea tabernaria que recuerda a las de las de Terence Hill y Bud Spencer en las películas setenteras a las que me llevaba mi abuelo, uno se aburre.

Pasamos a otra serie de categoría muy superior, Intimidad, que nos pasea por Bilbao con motivo de la trama en que se ve envuelta una candidata a la alcaldía. Una historia de actualidad, compleja y equilibrada, bien traída y mejor llevada, con unas actrices fuertes e impecables. Un Bilbao que sale muy favorecido, tanto exteriores con encuadres, ángulos y juegos de potencia en ocasiones casi expresionista, como interiores que bien podrían servir al mismísimo Woody Allen. Me pregunto si la serie me ha gustado por suceder en escenarios reconocibles, pero creo que funciona muy bien por sí misma, que huye de localismos y es, por decirlo de alguna forma, muy europea. Me recuerda a la serie danesa Borgen en su crítica social y política inteligente, equilibrada, a través de la mirada de una mujer con tantas contradicciones como las de cualquier persona de la vida real, pública o privada. Merece segunda temporada.

La joya de la semana -y probablemente del año- es sin embargo una película que hemos visto en el cine, Cinco lobitos, la opera prima de Alauda Ruiz de Azúa. Sucede en su mayor parte en Urdaibai, entre Bermeo y Mundaka, y refleja un modo de ser, de hacer y de comunicar -o de no comunicar- muy nuestro, sin caer en estereotipos, con una delicadeza infinita. Cuenta una historia que es contemporánea y de siempre, local y universal: la relación entre madre e hija, la crianza y el cuidado de unos a otros, el amor que se deja sin decir o que se manifiesta con torpeza, el peso de la maternidad en nuestra sociedad con sus implicaciones relacionales o laborales diferentes y propias. Los personajes se tratan con un cuidado muy comedido. De la misma forma que se refleja un paisaje que siendo bello no juega a publireportaje turístico sino que se acompasa a los sentimientos y las emociones. Una película hermosísima para sentir y para pensar. Veo que una conocida página web de cine la considera como la mejor película estrenada en España en lo que va de año. ?No me extraña.

Yo la vi junto a un adolescente de 14 años, de esos que hemos decidido que por su edad no tienen capacidad, ni gusto, ni paciencia para acercarse a productos culturales que no vengan simplificados, abreviados, plastificados, coloreados y edulcorados, es decir, adulterados y empobrecidos. Le gustó mucho. Su reacción me hizo pensar que nuestros jóvenes tienen derecho a que se les considere capaces de disfrutar directamente de lo bueno sin intervenciones facilitadoras y paternalistas que resultan normalmente contraproducentes. En caso contrario les estamos negando el acceso a esa mina de conocimiento, poder y disfrute que es el arte cuando es de verdad. l