RAS año y pico en pandemia sorprende volver a ver situaciones que deberían estar ya enterradas y olvidadas. Conforme las vacunas van permitiendo volver a vivir la vida, los demonios vuelven a asomarse rabudos e impúdicos, obscenos. Como esa gente de mierda tan facha y tan impune que iba por Madrid el otro día reclamando un mundo nazi en el que ellos habrían sido también condenados al exterminio. Y miramos a otro lado y hasta el gobierno permite esa exhibición: tristemente nos han colado que la libertad de expresión supone tolerar esa inmundicia. No: no puede haber libertad para promover el odio y el horror. Pero hay gente biempensante (ay, acaban siendo los peores) que transige con esas ultraderechas. Claro que les asiste el innegable derecho a ser imbéciles pero no con nuestro silencio, el de la sociedad que está siendo atacada. El que Europa permita y hasta perdone el odio contra las personas que migran o contra quienes no siguen los cánones de la ideología reaccionaria de ciertos partidos que incluso gobiernan incomprensiblemente países de una Unión que se reclama democrática solamente es muestra de nuestra incapacidad de entender que esta gente no hace sino descojonarse de nuestra defensa de los derechos humanos. Las extremas derechas propician ambientes donde hay violencia machista, lgtbifóbica, racializada, todas las que se están dando por ahí y por aquí. Lo venderán como libertad pero es simplemente la bandera que precede la antorcha que acabará quemando bibliotecas y casas. No es la primera vez y vuelve a verse por aquí. Hace falta denunciarlo, salir a la calle, exhibirnos como gente que sabe que los indeseables son ellos y quienes desde los gobiernos les amparan o justifican. Exhibirnos como igualitarios y éticos, largándolos de la plaza con leyes que nos defiendan de su odio.