L lunes pasado, 230 revistas científicas de salud, las más importantes del mundo, publicaron conjuntamente un editorial donde se presenta el cambio climático como la amenaza más seria a la salud que enfrentaremos en este siglo, llamando a la acción inmediata.

Ya el año pasado 40 millones de profesionales habían suscrito un comunicado para que la pandemia no nos hiciera olvidar esta amenaza segura y que cuesta cientos de miles de vidas humanas cada año.

Esperaba que a lo largo de esta semana los líderes mundiales, a quienes estos comunicados aluden específicamente, y más concretamente los responsables de los países más ricos y de las empresas más poderosas, hicieran al menos un acuse de recibo de la llamada, pero está claro que hay otros temas que les interesan más que el fin de la civilización actual.

Se ha estudiado cómo las constantes alertas que desde los informes científicos climáticos a los análisis sobre la biología y el medio ambiente, pasando como ahora por la salud humana, lejos de conseguir que los compromisos sean más firmes, se diluyen porque la alerta se convierte en una especie de ruido que simplemente se filtra para olvidarlo todo, como hacemos con las cosas molestas. La protesta ciudadana tampoco llega a la intensidad necesaria para forzar a los poderes públicos a tomar decisiones serias, acciones más allá de la palabrería de buenos deseos. Peor aún: mucha gente mira al activismo climático con desdén o condescendencia, como si despreciando al mensajero se pudiera cambiar el camino directo que nos lleva al desastre. En estas semanas próximas se van a intensificar estas acciones, ayunos, reflexiones sobre la necesidad de actuar por nuestro futuro. Conviene dejar nuestros prejuicios y acompañar a esta gente necesaria para que el mensaje no pueda ser soslayado, filtrado y olvidado.