IRO al termómetro con ojos desconfiados tras conocer que la ola de calor que asola el sur de Europa no nos toca. No sé quién le puso el acertado nombre de Lucifer pero a mí me ponen a 48 grados, como en Siracusa, y empiezo a oler a bacón por el efecto del calor sobre los michelines. Ya sé que no estamos teniendo verano, que ya está bien de nubes y que los 22 grados de máxima que prometen para la próxima semana no son propios de agosto. Pero entre Lucifer y Frozen, me quedo con la princesa Disney. Además, el cambio climático no acabará con nosotros porque lo hará antes el recibo de la luz.