FERRARSE a la literalidad de la norma, a la interpretación más ultraortodoxa, a la visión más "estricta" frente a la "voluntarista" de la ley -un saludo, magistrado Garrido: el índice R0 roza ya el 1, o sea que cada positivo por covid contagia a otra persona- es una vieja táctica para evitar problemas. El más riguroso e inflexible -en realidad, el que se cree poseedor de la verdad absoluta o sigue una doctrina infalible- es el guardián de las esencias: un superior moral. Sobre todo si tiene la sartén por el mango. Ha pasado y pasará. Con la Constitución -la española... y la francesa; o la británica-, con el estado de alarma, con la ley de patrimonio o con el PGOU. Así, los mismos que, por ejemplo, echan pestes sobre un hipotético indulto a los presos del procés, indultaron antes a lo mejor de cada casa: torturadores, golpistas de pistola en mano, mafiosos, mercenarios, defraudadores, violadores y hasta kamikazes Hasta los señores X se autoindultaron. Claro que, de la otra parte, también se rechazan los indultos y hay una sola consigna: ¡amnistía! La inflexibilidad propia del que tiene toda la razón y aparenta ser más cabal que nadie evita el incordio de tener que rebajarse a dialogar, a ver las razones del otro, a matizar las condiciones impuestas -"¡arrepentíos!", parece gritar alguno- o dar la oportunidad de subsanarlas. Dialogar a veces es peligroso, porque se puede llegar a acuerdos. Ha pasado con la prórroga de los ERTE. Las inflexibles posiciones de partida de cada cual -basadas, no hay que dudarlo, en muy estrictas convicciones- han dejado paso, casi in extremis, a un acuerdo. Seguramente muy mejorable para cada una de las partes, pero por eso es un acuerdo. Por cierto, una gran duda: ¿Habría sido posible en el ámbito propio de relaciones laborales de Euskadi el necesario acuerdo de los ERTE? Es decir, ELA, LAB, Steilas... hubieran firmado con el Gobierno vasco y Confebask un pacto en los mismos términos que el alcanzado en Madrid en beneficio de trabajadores y empresas? La duda ofende.