OMO aquella trilita a punto de explotar que se pasaban de mano en mano Bugs Bunny y Elmer en los dibujos de la Warner, o como los críos en el recreo jugando al tú la llevas. Los gobernantes de turno, de todo tipo y condición, han decidido apearse de su responsabilidad en contribuir a un marco legal sanitariamente restrictivo tras el carpetazo al estado de alarma, una vez Moncloa ha dimitido también de sus funciones, mientras los jueces bajan la cabeza como el alumno que evita la mirada del profesor para no salir a la pizarra. Nadie quiere bajar al barro y definitivamente prefieren dejar campar al virus a sus anchas descargando el peso en una ciudadanía que ha demostrado ya su elevado grado de insensatez. La justificación para todo es ahora la llamada fatiga pandémica, que pasa a medirse en votos y refuerza a quienes optan por lavarse las manos y propician que los botellones ganen elecciones al grito de libertad a escasos metros de los hospitales donde la gente sigue muriendo. ¿O acaso no eran esperables las imágenes de ocupación del espacio público? El afán descentralizador que le ha entrado de repente a Sánchez y la resistencia del resto de dirigentes en asumir su deber aunque desgaste su proyección en las urnas nos sume en el caos y al albur de que la vacunación genere la inmunidad de rebaño. Desde luego, nos comportamos como ovejas. Al mando de pastores que nos llevan al desfiladero. Balones fuera y para otro la patata caliente.

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