SE sentía sola, inservible, sin dinero, viuda recientemente? Y tomó pastillas, muchas pastillas, se metió en la bañera y se cortó las venas. Era la segunda vez que intentaba quitarse la vida. Envuelta en sangre, la encontraron sus hijos. Cuando conoces a la mujer -como yo la conocía-, quieres borrarla de la cabeza. No es posible. ¿Tanto puede ser el dolor para despedirse de la vida definitivamente? Lo he pensado en esta última semana. Como si fuera una pesadilla, veo el cuerpo inerte que hace poco se movía, paseaba y miraba al mar, con una profunda tristeza. ¿Este era el único camino para terminar con el dolor? Me lo pregunto y no tengo respuesta. Se me encoge el corazón y pienso que sólo Dios lo sabe. Después de 70 años no parece que su cabeza fuera inmadura y sin embargo?

Cada dos días hay un suicidio en Euskadi. Solo dos días. Lo peor -¿hay algo peor?- es que la edad no importa para esta despedida definitiva. Hace unas semanas, una niña de 12 años pretendía tirarse por un barranco. Le salvó un ángel de la guarda que vio de cerca lo que iba a hacer.

Un día y otro y otro más, vamos perdiendo los valores. Decir valores parece un simple tópico; pero el más grande de esos valores es la vida y esa vida no significa nada, especialmente para la juventud. El problema es la crueldad que rodea a la juventud y a los otros, esos otros que lentamente van quedándose solos, sin ayuda ni motivaciones para querer vivir. La depresión de la tercera edad es tan amarga que ni siquiera produce dolor sincero. Al fin, ya era mayor y total? Pero los adolescentes nos abren el corazón en canal. Las causas son a veces tan simples como unas malas notas, el vacío y la burla de los compañeros de clase, un fracaso amoroso, fallar un examen o ver que la intimidad se reparte entre burlas y risas. Este último motivo está llenando los noticiarios de sangre. La inconsciencia, esa enfermedad del no saber, es la fundamental causa del desequilibrio final, “la prueba de amor” lo llaman entre internautas. Esta prueba es fotografiarse desnudos -las mujeres, las más vulnerables en estos juegos- para demostrar al enamorado su entrega total. Pero el amor no es constante, ni la fidelidad un castillo inexpugnable y las fotos “de amor” o del desamor entran en ese río imparable de Internet y, de pronto, los amigos, la familia, el colegio, la ciudad y al fin, el país entero, van viendo el cuerpo desnudo, a veces con posturas provocativas, que van multiplicándose en redes inconfesables hasta entrar en la pornografía. “Uno de los problemas que más se da -escribía en este periódico mi compañero Juan de la Herrán- es pensar que WhatsApp no forma parte de ese ecosistema que es Internet. Muchas personas creen que si mandan uno de sus vídeos a un amigo o conocido, este amigo va a guardar con todo el celo del mundo ese contenido y que nunca se va a divulgar. Pero estamos hablando de una aplicación que vive sobre la nube de Internet y que hacer que ese vídeo sea visto por todos nuestros contactos es tan sencillo como adjuntarlo por error en alguno de nuestros grupos de WhatsApp”.

“Yo no sabía”, “yo no creía”. Y esa niña que, sin duda, había sido una perfecta insensata, no puede soportar salir a la calle y se tira por el balcón, se toma unos somníferos que encuentra o se corta las venas. Todo antes que soportar la vergüenza de su imprudencia.

Niños, adolescentes, hombres y mujeres adultos entran en ese amargo final, cuando aún no saben qué es la vida.

Un segundo antes de morir Habíamos leído que algunos famosos, hartos de sexo, drogas y dinero, buscaban emociones mayores para satisfacer su insatisfacción por tener todo lo que podían desear, y jugaban a extraños divertimentos que les hacían gozar mayores orgasmos o sentir el precipicio de la muerte sin consumar. Dicen que era una especie de lanzarse al vacío y parar en la mitad de la caída. Algunos, mientras hacían el amor, metían su cara en una bolsa de plástico para llegar casi a la asfixia. A veces, nadie se enteraba cómo el jugador llegaba al más allá (el de la muerte) en ese querer y no querer jugar a morirse. Al fin, en una información de gran consternación, aparecía la noticia: el artista de turno -era famoso- se había suicidado sin un motivo aparente.

Ese macabro juego de mayores ha ido vagando por Internet, como un humo diabólico, hasta llegar a niños y adolescentes que, para ser más fuertes, más valientes y más imbéciles (no se me ocurre otra palabra más oportuna) quieren demostrar públicamente -es decir, a través de un móvil- que puede resistir esa bolsa de plástico que ahoga y no le ahoga, ese colgarse en una viga y descolgarse antes de que la lengua salga fuera. Y así pasan la vida, jugando a no pasarla y al fin ese cordón fino que separa el existir del morir se rompe y se termina la risa, el juego y la fama.

Hay muchos culpables escondidos de estos juegos de muerte, culpables que siempre dirán “yo no he sido” aunque en su mano estaba el móvil que grabó el acontecimiento. Hay muchos “yo no he sido” que publican vídeos con escenas violentas, violaciones en directo, muertes reales y humillaciones colectivas.

Y nunca pasa nada. ¡Qué tristeza! Vivir para vivir es la más deliciosa experiencia de los años que caminamos por este mundo maravilloso, a pesar de todo.