A nadie le gusta un payaso a medianoche. La frase de Stephen King, el rey de la literatura de terror, describe a la perfección cómo un personaje situado fuera de tiempo y lugar puede provocar una reacción radicalmente opuesta a la que se le supone; en el caso del payaso a medianoche, el miedo en lugar de la risa. Lo mismo que ocurre con el oficio de payaso, en otras profesiones se pueden encontrar personas que en un determinado momento y lugar pasarían por perfectos ejecutores de sus tareas, pero que situados en el tiempo y el espacio equivocados, muy a su pesar, se convierten en perfectas calamidades para quienes les rodean, moviendo al terror en unas ocasiones y a la risa en otras, cuando no a las dos expresiones a la vez, lo cual es ya rizar el rizo y dejar a Stephen King a altura del barro. Hay quien elige ser payaso a medianoche y se planta en medio de un parque para regodearse con la cara de miedo de quienes se cruzan con él; y hay a quien lo meten en una furgoneta, lo visten con ropas de colores y grandes zapatos, le colocan una gran peluca de rizos, le pintan la cara a brochazos y luego lo abandonan a la luz de la Luna. Este último intentará calmar a quienes huyen de él despavoridos, explicándoles que no es lo que ellos piensan, que su intención no es ni causar terror ni mover a la risa, que a él le han puesto allí unos desalmados. En la política española hay a día de hoy varios payasos a medianoche y no sé si el disfraz se lo han puesto ellos solitos o se lo han impuesto.