LA salida de la cárcel de Arnaldo Otegi tras seis años y medio de cumplimiento de condena ha vuelto a situar al dirigente abertzale en la palestra política en una sucesión de cuidadas escenificaciones y apariciones públicas de las que cabe extraer algunas consideraciones. En primer lugar, la reacción del mundo de la izquierda abertzale ha ido mucho más allá de la lógica expectación por la reaparición de Otegi tras tanto tiempo en la cárcel, de tal modo que su aclamación y exaltación como líder ha llegado a una exageración más propia del caudillismo populista que de un dirigente político -aun reconociéndole su carisma-, al tiempo que ha dejado en evidencia la ausencia de otras personas con discurso e ideas capaces de ocupar su lugar en Sortu y EH Bildu. Es evidente, en todo caso, que Otegi acaba de salir de prisión y que, pasada la efervescencia de los primeros momentos, deberá asentar su nueva situación en libertad, informarse plenamente de los radicales cambios que han tenido lugar en la sociedad vasca y española, y también en el mundo de la izquierda abertzale, y calibrar su propio futuro, incluso más allá del “morbo” -como él mismo lo califica- sobre si será o no candidato a lehendakari. De momento, sus discursos quizá hayan podido generar algún tipo de ilusión entre sus incondicionales, pero para el resto han sonado ciertamente a viejos, a muy conocidos, a lo de siempre, mezclado con eslóganes con sabor añejo, como “el mejor lehendakari, el pueblo”. Sus intervenciones han querido equilibrar el llamamiento a los frentes independentistas con guiños sociales, sabedor de que la competencia en este campo se ha ampliado en el escenario político vasco. En cualquier caso, de momento al menos no hay ideas nuevas, más allá de la de imitar el proceso soberanista catalán, lo que, desde luego, no es muy innovador. Por otro lado, se ha echado en falta en Otegi una autocrítica desde el punto de vista ético tanto a su propio pasado como al de la izquierda aber-tzale en su conjunto, y a ETA en particular. Su a todas luces exagerada aureola de “hombre de paz”, tan trabajada mediáticamente por sus correligionarios, debería incluir, necesariamente, ese reconocimiento a toda la sociedad vasca y en especial a las víctimas si realmente quiere ser considerado un líder en el conjunto de Euskadi.
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