Desde algunos sectores se echa en falta la cultura del esfuerzo, incluso se llega a confundir este con un valor. Y entiendo que así piensen, pues desde su óptica materialista, el esfuerzo ha servido en el pasado para hacer crecer negocios, empresas, etc... También, y no se habla tanto de esto, para que crezca el uso inconsciente de la tecnlogía, con el incremento del estrés laboral en muchos casos, y de la precariedad laboral, en vez de al contrario. Esa cultura del esfuerzo de la que se habla, está pensando seguramente mucho más en la empresa y en el desarrollo tecnológico, en el hacer, que en el desarrollo del hombre/mujer (de su ser). Pero existe otra forma de entender el esfuerzo, que consiste en ver este como consecuencia lógica de la motivación. Dado que, cuando uno desarrolla una labor que le gusta y está motivado, el esfuerzo deja de ser algo penoso y se convierte en parte del juego. Paradojas de la vida, en vez de verlo como generador de sufrimiento, se ve como causa de felicidad. Desde la escuela, nuestra sociedad no está pensada para que el esfuerzo sea parte del juego de la vida, ni para que nuestros chavales descubran en ella lo que más les gusta y ahondar especialmente en ello, sino que se ha convertido, más bien, en una sucursal de la empresa, del negocio. Un sistema educativo que homo- geiniza a los alumnos y se ha sobrecargado defensivamente de controles, que no sirven, y se ha olvidado no solo del alumno, sino también de la función fudamental del maestro. Así las cosas, la flojera de la que acusan algunos a las nuevas generaciones, posiblemente no tenga que ver solo con un exceso de comodidades, como se dice, sino, también, con un futuro donde se nos obliga a realizar un esfuerzo, que no es el nuestro, y que más bien está enfocado en hacernos servidores del actual, e inconsciente, sistema productivo.
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