Se acerca el 25 de noviembre y volveremos a manifestarnos en contra de la violencia machista contra las mujeres. 56 asesinadas durante este año no podrán ya esperar ninguna medida gubernamental que palie la desigualdad y la discriminación que sufrieron. Y lo peor de todo, que las perspectivas auguran tiempos poco propicios para buscar soluciones a esta barbarie. Pero aparte de esa violencia criminal, existe otro tipo de violencia más sutil y cotidiana, que limita o neutraliza las potencialidades presentes y futuras de las mujeres. Se trata de una violencia estructural que se suele denominar “techo de cristal”, entendiendo por este término aquella barrera invisible, dificil de traspasar en la vida laboral de las mujeres que impide seguir avanzando y creciendo profesionalmente. Estando profundamente de acuerdo con ese término, a mí me gusta hablar de “suelo pegajoso”, como el gran obstáculo que nos impide lanzarnos a tener una vida laboral y personal con equidad. Con la crisis, las dificultades existentes para desarrollar nuestra carrera profesional, se han visto acrecentadas, pretendiendo devolvernos al ámbito privado, doméstico, del cuidado de las personas. Los gobiernos siguen sin ver ni reconocer que los cuidados de las personas dependientes, tanto por edad como por discapacidad, son tarea tanto de hombres como de mujeres, incluido el Estado y todos sus estamentos. Los países nórdicos que avanzan en sociedades del bienestar social, trabajan institucionalmente la igualdad entre hombres y mujeres no solo en las empresas, también en los hogares. Invertir en que los hombres compartan los cuidados es contribuir a que la mitad de la población no sufra la adhesividad permanente a este suelo pegajoso que limita el progreso de una sociedad en su conjunto. Un gobierno progresista y con visión lo tiene que tener claro. Las mujeres no queremos ni morir, ni sufrir. Queremos despegar y vivir.
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