ESTÁN, por un lado, los datos que apuntan a una mejora de la situación económica, tales como la previsión de crecimiento en el Estado del 1,2% estimada por la Fundación de las Cajas de Ahorro (Funcas) o el aumento de empresas inscritas en la Seguridad Social, 86 en febrero en Euskadi, cifras propias del año 2008, según Confebask. Y están, por otro, los datos de la realidad social que contemplan a diario las organizaciones e instituciones que siguen tratando de paliar los efectos de la crisis, tales como el 8% de pobreza -25.000 vecinos- en Bilbao, el crecimiento exponencial de las necesidades de Renta de Garantía de Ingresos (RGI) hasta las 63.000 personas en la CAV o los tres millones de personas que en el Estado viven en situación de pobreza severa (con menos de 307 euros al mes). Unos y otros, cada uno en su término, reflejan en todo caso la enorme y quizás creciente distancia que existe entre la gran economía y la economía real, distancia que sin embargo y por el contrario se debe empezar a recorrer cuanto antes en previsión de que un empeoramiento de la situación conlleve la amenaza del estallido social. Y ese recorrido precisa de un impulso institucional que supere, desde la responsabilidad, el simple objetivo de control del déficit para acompasar las políticas de crecimiento con las de desarrollo humano y para volcar la acción política, tal y como apuntó el lehendakari Iñigo Urkullu ante los presentes en el Global Forum de Bilbao la pasada semana, hacia la economía productiva frente a la cada vez más evidente especulación de la economía financiera. Se trataría, en cierta forma, de recuperar la tradición económica que llevó a Euskadi a niveles de progreso y bienestar muy por encima de los de su entorno y que le han permitido hasta ahora soportar también mejor los efectos de la crisis, una tradición fundamentada, en buena parte, en la capacidad de emprendimiento de sus empresarios y en su imbricación en la sociedad, pero no en menor medida en unas relaciones laborales que incluían altas dosis de compromiso personal. No comprenderlo así, empeñarse en políticas austeras, de contención de la inversión -o de la financiación que las empresas demandan- a la espera de la bonanza para mantener y generar actividad y empleo o, por otro lado, en la confrontación como única respuesta solo contribuirá a separar la economía de la realidad y llevará al fracaso la aún incipiente recuperación.