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Presente y futuro nuevos

SIN apelar a las encuestas, lo previsible es que algún partido nacionalista entre en el Gobierno después del 21 de octubre. Algo semejante a la funesta legislatura pasada es hoy por hoy impensable. También lo fue aquel 1 de marzo de 2009, cuando socialistas y populares sumaron sus votos en Euskadi para desalojar al verdadero vencedor, aunque para hacerlo mecánicamente posible el Estado tuvo que dejar fuera de las urnas a una buena parte del electorado vasco. Aun así, fue impensable si la racionalidad política realmente existe. Y sí existe. Prueba de ello es que Gobierno y legislatura han quedado en agua de borrajas.

Era de esperar. A López le sobraba tal vez ambición, pero le faltaba preparación. Careció de un proyecto de gobierno (si no era el de borrar o al menos diluir la identidad vasca de la geografía de Euskadi, pero aun ese fracasó). Careció también de un equipo apto, por más que intentase disimularlo con unos buenos fichajes que venían a decir aquello del arreglo del vendedor: "Tente mientras cobro". Contaba, sí, con un apoyo imprescindible, pero tan frágil como cuando en un matrimonio de pura conveniencia el presunto cónyuge indispensable ve que va a tener que pagar los platos rotos del chef y sus camareros. Tanto López como Basagoiti afirmaban que eran contrarios al frentismo cuando no hicieron otra cosa que exacerbarlo.

Ya antes de la ruptura de aquel engañoso abrazo, la realidad había cambiado. La declaración etarra del cese definitivo de su violencia -que no su todavía necesaria e irremisible disolución-, así como la tardía pero bienvenida incorporación de la izquierda abertzale a las instituciones vascas que antes le repugnaban por españolistas -aunque sin haber cumplido todavía todos sus deberes ni haberse desprendido de ciertos tics impositivos, heredados o adquiridos por la compañía de tantos años- suponen un cambio muy notable en el conjunto y seno de la sociedad vasca.

De cara al nuevo gobierno, sin aventurar nada, lo más probable es que cuente con alguna fuerza nacionalista. Sin ninguna mayoría absoluta, sería deseable un gobierno serio y fuerte, bien cohesionado en sus objetivos. Esto solo podrá salir de diálogos y pactos entre los partidos. El gobierno aún en vigencia no estuvo por la labor de crear puentes ni hacer concesiones a la oposición y evitar choques frontales. Confió demasiado en su prepotencia y la seguridad de su rodrigón. No puedo menos de sonreír ante la queja o escudo de un alto cargo del Gobierno de López: "Si queríamos hacer algo verdaderamente estructural nos encontrábamos de frente con los nacionalistas". ¿Podían esperar humana y políticamente otra cosa? ¿No fueron ellos quienes los pusieron enfrente? Cuando se dice y repite que hay que mirar al bien del país sin fines partidistas, lo primero que hay que tener en cuenta es que cada partido considera que su ideal y proyecto es lo mejor y más acertado en las circunstancias actuales para el país.

Estoy convencido que lo humano, lo normal y democrático es dialogar con todos, llegar a acuerdos y hasta pactar quizá con el diablo, pero sin entregarle el alma ni la de los demás. No me cabe duda de que el político tiene que estar muy abierto y ser muy sensible a todo el ambiente que nos rodea y a tenerlo muy en cuenta siempre. Pero a la vez, debe saber ya tragar mucha saliva, pasar por alto, sin olvidar, muchos agravios, poner en tela de juicio sus propios razonamientos y, llegado a un juicio y postura determinada, si no se logra convencer al contrario, llegar a acuerdos cruciales para la sociedad concreta en el momento actual y futuro, con el más cercano; marcando prioridades, sin perder nunca de vista su ideal originario.

Aunque personalmente, como cualquier ciudadano que tome en serio su derecho y obligación social al voto, tenga bastante clara qué fórmula de gobierno es mi preferida, dentro de la campaña electoral, ni yo soy persona indicada, ni mi nula relevancia social invita a mi pluma a seguir en este punto.

Dada la situación crítica que compartimos con el resto del Estado, el preocupante aumento del paro en Euskadi y consiguientemente la angustia de numerosas familias enteras, aun sin estar capacitado para enjuiciar las medidas adoptadas por el Gobierno español, me parece obvio que el próximo Gobierno de Euskadi, serio y fuerte, debe primar y estar capacitado para adoptar las medidas más eficaces para pasar cuanto antes de la recesión al crecimiento, del paro al empleo, del pesimismo y malestar a la esperanza y a una pronta, serena y segura mejoría.

Dicho esto, estoy seguro de que a pesar de la crisis económica, la próxima legislatura debe abordar también la, quizá no del todo desligada de aquella, crisis institucional y autonómica; por lo menos el estatus y relación bilateral de Euskadi con el Estado y su gobierno. Desde la anterior legislatura, este problema no solo quedó pendiente sino agravado por el rechazo antidemocrático, sin debate, por el Congreso del Estado de una resolución de un Parlamento autonómico tomada por mayoría absoluta.

Desde entonces, a la vista de la actuación del gobierno socialista de López, de sucesos anteriores y recientes en otras autonomías, alguna muy cercana en espíritu e historia a Euskadi, es innegable que la real pluralidad nacional del Estado español es muy profunda y sentida y está en constante erupción en algunas de estas naciones, por mucho que la Constitución trate de negarla y el Gobierno español de apagarla, incluso de intentar una peligrosa vuelta de tuerca hacia la centralización.

Basta con asomarse a la prensa diaria y comprobar la insistencia creciente de los artículos de opinión que se toman y tratan el tema muy en serio, planteándose el futuro del Estado autonómico y su tendencia hacia un Estado federal, cuando no hacia la creación de nuevos Estados independientes. No se trata de "odio a España", de "quedar fuera de Europa", del "bajón que sufriría el nivel de vida", de "la ruptura de una convivencia" que la viven muy bien los que imponen a otros ser lo que no quieren, a costa del aguante de estos, y así otras quimeras, fantasmas o sandeces. Se trata de diferencia de identidades y anhelos de verdadero autogobierno y libertad que algunos llevan hace ya mucho tiempo en sus principios originarios fundacionales.

Creo que ha llegado, o llegará muy pronto, una situación en la cual no valdrá tapar la boca ni atar manos y pies con el deus ex machina de la Constitución y el simple talante o espíritu de la Transición. La Constitución no es sagrada ni eterna ni intocable. Ha servido durante treinta y cuatro años y estos son muchos en un mundo que corre muy ligero. Es hija de su tiempo, trágico y delicado a la vez, y reflejo del mismo, del posibilismo político e histórico que tuvo que pasar muchas páginas de golpe, sin leerlas siquiera y menos ponderar su contenido. El espíritu de la Transición transigió con el silencio y el olvido injustos de muchos años y demasiados sufrimientos, impuso el transitar por la Constitución de puntillas para no despertar a sanguinarios cancerberos. ¡Si hasta la monarquía, esta reliquia impuesta por el franquismo y, a pesar de todo, acogida y mantenida con cierta veneración envidiosa por gran parte del pueblo español, a fuerza de matar capitales, elefantes y quimeras, está perdiendo seriedad, credibilidad e intocabilidad!

Si no se toman en serio estas exigencias de los tiempos, de algunos pueblos y naciones, que otros Estados democráticos han planteado y solucionado humana y políticamente, pero sin melodramas de ninguna clase, arrastraremos durante años inestabilidades institucionales añadidas que impedirán el bienestar de muchos ciudadanos y provocarán reacciones justificadas.

La Constitución adolece de ciertas deficiencias de origen, comprensibles quizá entonces, pero que chocan cada vez más con las voluntades y anhelos legítimos de algunos pueblos y naciones del Estado español, también el blindaje que ella misma se creó para su reforma. Y no es suficiente ya ni la primera Disposición Adicional, aún virgen después de treinta y cuatro años por la cerrazón de un Estado que deja en papel mojado todo aquello que de la misma Constitución no le interesa.