EN los tiempos más oscuros es cuando se mide la grandeza de hombres y mujeres. Y también cuando proliferan quienes hacen su fortuna a costa del sufrimiento de otros. Recientemente saltaba a los titulares de la prensa -también la internacional- la aparición en Valencia de pasquines por las calles que ofrecían un curso de formación, por el módico precio de 100 euros, para ejercer la prostitución. "Trabajo inmediato", prometía. Algo que quizá pudiera sonar incluso cómico, pero que hay que contextualizar en una sociedad azotada por el desempleo y por el sucesivo deterioro del Estado de Bienestar y de los servicios sociales públicos. Es decir, miles de personas cuyas perspectivas de futuro son desesperadas. Y esa desesperación es el río revuelto en el que intentan pescar algunos, sin demasiados escrúpulos. Desde otra perspectiva, esa misma crisis económica y la consiguiente situación de desesperación que genera en el ánimo de muchas personas es el terreno abonado para la captación de algunos credos y sectas que, aunque cada vez con apariencias más alejadas de la religión e impregnadas de tintes psicosociales o incluso sanitarios, finalmente sobreviven de la manipulación de sus adeptos. Más de una treintena de sectas se calcula que pueden estar operando en Euskadi en estos momentos, aunque los datos son meramente estimativos. Hace cinco años, los estudios constataban que en la comunidad autónoma vasca podría haber entre 3.000 y 4.000 personas afectadas. La Asociación para la Prevención de la Manipulación Sectaria en el Estado lo explica de manera muy sencilla: "La gente necesita llenar espacios". Una necesidad que se agudiza en situaciones como la actual: "En épocas de crisis, es normal que repunten las ideas conservadoras o la religión", explica el presidente de esta asociación. Desde terapias ejecutadas por personas no cualificadas hasta grupos de carácter totalitario en los que la pérdida económica puede llegar a ser el menor de los daños, bajo la apariencia de ONG o incluso de empresas perfectamente legales. Hay quienes encuentran oportunidad en la debilidad del vecino, una realidad contra la que se debe luchar y que evidencia, una vez más, las muchas bondades de una amparo social público justo y fuerte.