DESDE su desembarco en Lakua -e incluso antes, con el pacto que suscribió con el PP-, el Gobierno de Patxi López se marcó una serie de objetivos en campos diversos pero estratégicos para un país cuyo desarrollo ha quedado entre el limbo de la inconcreción y el fracaso rotundo. Uno de esos ámbitos ha sido el de la Educación, en toda su dimensión. Ya en el Acuerdo de Bases suscrito con el PP se marcaban, bajo la apariciencia de una supuesta mayor libertad de elección -que, por otra parte, siempre ha existido-, dos criterios que han compuesto el leitmotiv de la política lingüística en las escuelas vascas: la imposición del castellano como "lengua vehicular" en los centros educativos y el trilingüismo como objetivo, aunque ambos sean, en realidad, dos caras de la misma moneda. La consejera de Educación, Isabel Celaá, puso en marcha sin ningún tipo de consenso con la comunidad educativa ni con el resto de partidos políticos un experimento denominado Marco de Educación Trilingüe (MET) que, tras un recorrido con más pena que gloria, puede calificarse, a día de hoy, de fracaso. No tanto porque el objetivo (lograr que el alumnado vasco domine al finalizar su etapa tres lenguas: euskera, castellano e inglés) no fuera no solo deseable, sino necesario, sino porque los resultados cantan. Dejando, de momento, de lado los resultados sobre el conocimiento y dominio real de euskera del alumnado -que ya se ha analizado en otras ocasiones y habrá que seguir haciéndolo- ,tal y como ha publicado DEIA tan solo el 4,3% de los profesores vascos posee un dominio de inglés suficiente como para impartir clases. Lo cual, objetivamente, impide que, tal y como planeó Celaá, el trilingüismo se generalice en las escuelas vascas. El problema es de raíz, de planteamiento. Se hizo sin consenso, con propósitos espurios, sin siquiera objetivos lingüísticos definidos para cada lengua, sin plazos, sin articular las medidas necesarias como, sobre todo, la formación del profesorado, sin evaluar los resultados... La consecuencia de todo ello es que, como en otros ámbitos, nos encontramos con cuatro años perdidos en los que no se ha avanzado por no haber hecho las cosas bien. Ahora, le tocará al nuevo gobierno que salga de las urnas del 21-O restablecer consensos y planificar con rigor un modelo educativo acorde con las necesidades del alumnado vasco del siglo XXI.