OBRAS son amores -reza el refrán- y no buenas razones. En las últimas semanas, Patxi López nos ha atiborrado de razones para explicar la conveniencia de agotar la legislatura. Pero sus obras, que son las que realmente importan, le delatan. Es tan frenética la campaña promocional en la que está sumido que su promesa de no adelantar las elecciones carece de la más mínima credibilidad. Diga lo que diga López, todo el mundo intuye en Euskadi que nos convocará a las urnas más pronto que tarde.
El problema es que, con la que está cayendo, cada día que prolongue su mandato, agotado ya y tocado de muerte, constituye una dramática pérdida de tiempo de cara al empeño de afrontar con rigor los retos a los que ha de enfrentarse la sociedad vasca. Si el tiempo es oro, según el conocido adagio inglés, se convierte en platino de la máxima pureza cuando se trata de afrontar una crisis profunda que requiere respuestas rápidas y decididas. A Zapatero se le reprocha, sobre todo, la tardanza con la que empezó a asumir la crisis y reaccionar contra ella. Los juegos semánticos iniciales -no estábamos ante una crisis sino ante una simple desaceleración- y la cargante demagogia posterior -¿quién no le recuerda afirmando que mientras él se encontrase al frente del Gobierno no se iba a producir un solo recorte en los derechos sociales?- le hicieron perder un tiempo muy valioso que a la postre ha resultado ser fatalmente irrecuperable. Confío en que, dentro de unos años, no tengamos que lamentarnos, también, por el precioso tiempo que López perdió, jugueteando irresponsablemente con una campaña electoral no reconocida que sabía, de antemano, que no le iba a permitir recuperar el crédito perdido durante los tres últimos años pese a las intensivas campañas publicitarias y la servil complicidad de los medios de comunicación.
En cualquier caso, parece claro que, mientras el lehendakari se entretiene mirándose a un espejo trucado que le oculta, descaradamente, su minoría parlamentaria y su incapacidad para gobernar, el escenario electoral vasco se ha ido prefigurando con bastante nitidez.
En el tablero vasco destacan, ahora más claramente que nunca, cuatro actores principales cuya definitiva consolidación pone fin al atomizado panorama que imperaba hasta tiempos muy recientes: el PSOE, el PP, el PNV y la izquierda abertzale, cuya última sigla -Sortu- ha recibido esta misma semana la validación del Tribunal Constitucional. De sus anejos no hablo, porque doy por supuesto que han renunciado definitivamente a la idea de sobrevivir, como organizaciones autónomas, a la experiencia de colaboración que han concertado con la izquierda abertzale en el seno de Bildu/Amaiur/EH-Bildu
El hecho de que sean los principales actores del tablero vasco, sin embargo, no significa que los cuatro que acabo de citar sean equiparables en arraigo histórico, capacidad organizativa, implantación social y solidez electoral. Valga un dato como muestra de lo que digo: en los comicios del pasado mes de noviembre, que dieron al PP la mayoría absoluta en España, los populares apenas consiguieron reunir, en la CAV, el 65% de los votos obtenidos por el PNV, que fue el que más sufragios obtuvo en su ámbito territorial. Principales sí, por tanto, pero no equiparables.
Las dos formaciones de obediencia española no necesitan elegir a sus cabezas de lista. Les vienen dadas de suyo. El PNV culminará el próximo 5 de julio el proceso interno abierto para la selección de su candidato. La izquierda abertzale carece, hasta la fecha, de cabecera de cartel, pero una cosa es segura: no saldrá ni de EA ni de Alternatiba ni de Aralar, que asumirán a pies juntillas la persona que Sortu designe para tal fin. Si hasta ayer estaba claro que la izquierda abertzale había impuesto a sus compañeros de coalición su estrategia, su táctica, su ética y hasta su estética -resultó patético ver a algunos de ellos cantando la internacional con el puño en alto- es evidente que, a partir de ahora, que cuentan ya con una marca legalizada propia, su hegemonía va a ser mayor aún, si cabe, en el seno de la alianza. Es verdad que la legalización acordada por el Tribunal Constitucional le privará de la posibilidad de sacar rédito al victimismo, pero nunca le faltará el impagable apoyo de una Esperanza Aguirre dispuesta a disimular sus errores políticos tras la cortina de humo de una declaración disparatada en la que se le cita.
Otro rasgo importante de este tablero electoral que conviene tener en cuenta es el hecho de que todos han convertido al PNV en su rival. Lo más frecuente suele ser que la atención -y la crítica- de los contendientes se centre en el partido que ocupa el Gobierno. Pues parece que Euskadi es diferente también en eso. Todos han salido ya a la palestra para advertir/denunciar ante los ciudadanos los turbios manejos que el PNV tiene previsto llevar a cabo después de las elecciones. Todos tienen ya una tesis sobre el particular, que no se resisten a compartir con los ciudadanos. Y el resultado es francamente peregrino.
Los socialistas sostienen -Jáuregui dixit- que el PNV tiene cerrado un "pacto oculto con el PP", cantinela que sus compañeros reproducen a todas horas con las más diversas formulaciones. Tiene gracia que el partido que en 2009 concurrió a las elecciones con un "pacto oculto con el PP" -¿quién no recuerda a Patxi López afirmando airado que "jamás" pactaría con los populares?- pretenda ahora acusar a los demás de sus propios pecados. Es como si el ciego se burlase del tuerto por su escasa visión.
¿Y qué dicen ante esto los populares? Basagoiti asegura que, en realidad, lo que pretende el PNV es compartir un "corralito independentista" con la izquierda abertzale. Nada menos. En el PP son conscientes de que el desgaste de Rajoy les puede pasar factura en las próximas elecciones y necesitan refugiarse en una retórica fuerte que se olvide de la economía y resucite los fantasmas patrióticos ancestrales.
Pero los presuntos compañeros de "corralito independentista" tampoco se dan por aludidos. A ellos, que en Bizkaia pactan con el PSE todo lo que pueden, les basta con repetir el tópico habitual de que el PNV volverá a buscar alianzas con el españolismo para vender Euskal Herria, etcétera. Lo cual nos remite de nuevo al PSOE o al PP, y se cierra el círculo. El PSOE dice que con el PP, el PP que con la izquierda abertzale, y esta, que con cualquiera de los otros dos.
Más allá de la hilaridad que provoca, esta secuencia circular denota un hecho incontrovertible: tras una legislatura apartado del Gobierno, el PNV sigue ocupando el centro de la vida política vasca.