LA advertencia de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, sobre el plazo de tres meses para lograr la salvación del euro puede sonar apocalíptica pero no está, ni mucho menos, alejada de la realidad que amenaza a la unidad monetaria y a la propia Unión Europea, incapaz de hallar políticas que sirvan de cortafuego a la paulatina quiebra de sus miembros. Bruselas se empeña en reiterar las que se han mostrado inútiles y ya hay quien, como The Guardian o The New York Times, ha recibido la noticia del rescate del sector financiero español con el aviso de que será necesario un segundo rescate, este global, de la economía española. ¿Agoreros? Quizás. Pero la prima de riesgo sigue escalando (540 puntos), el interés de los bonos españoles está ya en el 6,8% y hasta el momento todos los malos augurios se han cumplido. La predicción del doble rescate, además, viene avalada por la falta de concreción mostrada y cuenta con el precedente griego. Así que una salida del euro de Grecia como consecuencia de que el domingo sus ciudadanos traduzcan en las urnas su negativa a aceptar las condiciones europeas, llevaría a la UE al borde de un colapso que no será inmediato pero sí inevitable. Y, por el contrario, un resultado contrario no solucionaría nada. Hay datos que apuntan en ese sentido. En primer lugar, el incremento del paro en la eurozona, donde ya ha alcanzado el 11%, récord histórico tras incrementarse en 15 de los 27 estados miembros de la UE, que se dirige a una nueva recesión. En segundo lugar, ni siquiera el sector financiero alemán, en teoría el más estable de la eurozona, está libre del acoso de los mercados y la semana pasada seis de sus principales entidades vieron cómo las agencias de rating rebajaban sus calificaciones. En tercer lugar, el contagio ya se ha extendido a Italia, cuya prima de riesgo superaba ayer los 470 puntos y a quien la ministra austriaca de Finanzas, Maria Fekter, ya señaló como destinataria del próximo rescate... sin que el primer ministro italiano, Mario Monti, se atreviese a negarlo. En ese caso y si no se ha producido antes el fin de la Europa que conocemos, sería la puntilla de la UE. Y es seguro que sucederá si Bruselas (o Alemania) se empeña en mantener inalterable la política económica que ha traído hasta aquí.