HACE ahora treinta años que el PSN decidió separarse del PSE, en el que estaba integrado, para comenzar su andadura como federación propia. Fue una dura decisión de consecuencias estratégicas (ya se ha visto cómo a lo largo de los años el contencioso Navarra-Euskadi ha dado y dará para mucho) pero lamentablemente tomada por motivos puramente tácticos, electoralistas, al considerar los sesudos analistas del PSOE que de esta manera se podrían conseguir más votos en una sociedad que en aquel momento vivía muy pendiente de lo que sucedía en España. Un partido cuya base fundamental estaba en La Ribera, en la zona donde tradicionalmente se veían los temas de Euskadi como mínimo con distancia e incluso con desconfianza. La derecha navarra se había encargado de azuzar ese demonio que según ellos venía a llevarse todas sus riquezas, su rica huerta, sus setas, sus costumbres, su lengua...

Haciendo un repaso por la historia, resulta cuando menos curioso comprobar datos como el de que Gabriel Urralburu, después yunque sobre el que se machacó a todo lo que se sospechaba vasco, saliera diputado por el PSE que en aquel tiempo formaba parte del Frente Autonómico con PNV y ANV. Paradojas del destino. ¿Cómo se puede desde una posición política en la que sus dirigentes gritaban por las calles de la vieja Iruñea el Nafarroa Euskadi da llegar a la actual de dependencia, de vasallaje, a UPN, la derecha más reaccionaria de Europa? ¿Qué ha ocurrido en el interior de un partido que mantenía con orgullo y gallardía la bandera de la izquierda sin despreciar su alma nacionalista para llegar a esa deriva? Varias son las razones, unas de carácter interno y otras externas, que tienen que ver con los cambios sociales que se han producido en Navarra en estos últimos treinta años.

El PSN, una vez rotas sus amarras con el PSE, diseñó, liderado por Urralburu, una estrategia política envuelta en un navarrismo que no le correspondía para intentar competir con UPN en un caladero electoral que no era el suyo. Inicialmente le funcionó, consiguiendo gobernar Navarra en minoría mayoritaria durante siete años, de 1984 a 1991, pero a costa de abandonar su base social de izquierdas y trasladando sus tesis políticas hacia un centro antivasquista.

Cuando en 1991 decidió de nuevo el cambio de rumbo ya era tarde y, a pesar de las maniobras y contactos para convencer a la izquierda abertzale de que se abstuviera para con los votos de EA e IU seguir gobernando, no se consiguió y la derecha de nuevo volvió al poder, del que no se ha apeado en estos 22 años, excepto el frustrado intento de gobierno tripartito encabezado con Otano. Intento que acabó como acabó cuando la derecha mediática decidió asesinarlo, aterrorizada por el ya famoso Órgano Común Permanente con Euskadi (nuevamente Euskadi). Luego se descubrió, para escándalo de unos y vergüenza de otros, que lo que realmente pretendía Urralburu era esconder las corrupciones realizadas en los últimos tiempos con su amigo del alma Luis Roldán.

De aquel tiempo, el PSN también heredó una organización interna rígida, disciplinada hasta límites inquisitoriales, con una afiliación a la baja muy controlable y formada fundamentalmente por cargos públicos, familiares y amigos, una especie de oficina de colocación que garantizaba mayorías holgadas en los sucesivos congresos a pesar de que una minoría luchadora, de izquierdas, con rasgos vasquistas y que defendía la necesidad de compaginar las dos almas que componían su base social (la izquierda y la defensa de una mayor comunicación con la izquierda nacionalista) insistió una y otra vez en dar batalla, siempre con la derrota como final previsto.

Después de estos años convulsos, con manchas de corrupción, gestoras impúdicas, control férreo de la militancia, giros bruscos e imposiciones desde Ferraz, el PSN ha llegado a su máxima debilidad orgánica y social. Se ha alejado cada vez más de su estado natural en la izquierda, de su necesidad vital de comunicación y diálogo con la otra izquierda, la abertzale, más aún en estos momentos donde la paz está ya prácticamente consolidada, y se ha echado en los brazos de una UPN controlada por su alma más extrema y reaccionaria.

El PSN va a la deriva desde que en sus dos últimos Congresos, convulsos como en estos treinta años, han accedido a su dirección lo más deleznable: en lo político enemigos declarados en sus dos vertientes -izquierda y comunicación con el nacionalismo- y en lo social pertenecientes a una raza de políticos a despreciar profundamente: aquellos para quienes no es la ideología sino el apego al sillón el elemento fundamental de su praxis, sillón al que se aferran aunque suponga para ello la traición a las ideas fundamentales del socialismo clásico. Son gentes seguidoras de Torquemada que no admiten ningún tipo de crítica, que consideran herejía la libertad de expresión, aquellos para quienes el PSN solo es una oficina de colocación de sus secuaces, que se mantienen a base de comprar voluntades, de amenazas y chantajes. Esos son los que llevan al PSN, con la inactividad cómplice del PSOE, al desastre social, político y electoral, quienes están pactando con la derecha más retrógrada de este país, quienes expulsan y purgan a lo mejor del socialismo navarro, quienes se llenan de prebendas, de cargos inútiles... al menos para defender los derechos de nuestra base social.

Aquel digno PSN que desarrolló un importante papel durante la transición en el seno del PSE, aquel que podría servir a los intereses de la paz, a solucionar desde una posición transversal, enriquecedora, el único problema pendiente de esa transición: las relaciones centro-periferia, lo que algunos denominan "problema vasco", ya no existe. Y sería importante recuperarlo. Pero eso solo depende de sus bases, que a la vista del desarrollo de su último congreso no parecen estar por la labor, aunque un dignísimo 40% vaticina que la guerra aún no ha terminado, que aún quedan batallas que librar en un PSOE todavía perdido en sus derrotas y que aún intenta saber qué papel le queda por cumplir en la izquierda.

Pero, de momento, estos días se está desarrollando un culebrón cuyo final ya todo el mundo conoce, dando una imagen patética, de sumisión y dependencia. ¿Pensarán que las navarras y navarros somos tontos? De la dignidad, de la iniciativa de hace 30 años, al desastre de ahora.