UNA calurosa noche de octubre de 1974, Muhammad Ali y George Foreman disputaron en Kinshasa el que para muchos fue el combate del siglo. Varias fueron las extraordinarias circunstancias que rodearon esa pelea. Para empezar, que se llevara a cabo en Congo, en el corazón de África. O que el entonces dictador, Mobutou Sese Seko, hubiera ofrecido una bolsa de cinco millones de dólares a cada púgil, cantidad desorbitada en aquella época, para conseguir que la pelea se disputara en aquel país, rebautizado como Zaire. La publicidad sobre el combate era una forma de ponerlo en el mapa, una especie de antecedente deportivo del efecto Guggenheim. Efectivamente, el anuncio de la celebración del combate despertó en todo el mundo una atención inusitada. Eminentes figuras de la comunidad afroamericana se desplazaron a Kinshasa desde Nueva York o Chicago convirtiendo la pelea en un acontecimiento social de primer orden durante una estancia que se prolongaría varias semanas dado que, por una lesión de Foreman en un entrenamiento, la fecha del combate tuvo que aplazarse más de un mes. Quien haya visto la maravillosa película When we were kings, que obtuvo el Oscar al mejor documental en 1996, recordará perfectamente la importancia que tuvo el calor del público local hacia Ali y que un error simbólico le granjeó a George Foreman la antipatía del pueblo congoleño.

Foreman llegó a Zaire acompañado de su perro, un pastor alemán. El campeón de los pesos pesados no sabía que precisamente los pastores alemanes eran el símbolo de la opresión colonial que el Congo había padecido durante generaciones. Mientras descendía por la escalerilla del avión sujetando al perro con una correa, George Foreman se convirtió de inmediato en el enemigo del público africano. Cuando los periódicos y la televisión zaireña difundieron la imagen de Foreman en las escaleras del avión sujetando a un perro policía, su suerte quedó fatalmente decidida. Sin llegar siquiera a pisar suelo congoleño se había ganado la animadversión popular. Decenas de miles de congoleños decidieron apoyar en masa a su rival a quien alentaron con el grito de "Ali bomaye", "Ali, mátalo"; un exordio que como un conjuro se repitió incansablemente durante semanas y galvanizó el combate.

Sin embargo, muy pocos pensaban que Ali fuera capaz de derrotar a Foreman, quien llegaba como campeón invicto con un extraordinario palmarés de 42 victorias y ninguna derrota. Era más joven, más grande y más fuerte que Ali, quien entonces tenía ya 33 años y había estado sin pelear durante varios meses tras su negativa a combatir en Vietnam. Una decisión por la que fue desposeído del título y que le acarreó la suspensión de la licencia para combatir. Las apuestas eran netamente favorables a Foreman, 7 a 1, y muchos pensaban que Foreman no solo derrotaría a Ali, sino que destrozaría física y simbólicamente al bocazas de Cassius Clay (el nombre de Ali hasta su conversión al islamismo).

Sesenta mil personas abarrotaron el estadio de fútbol a las afueras de la capital la medianoche del 30 de octubre y decenas de millones se reunieron ante el televisor en los cinco continentes. Aunque el exótico mánager de Ali, Angelo Dundee, repetía que Muhammed iba a bailar en el ring, "a volar como una mariposa y picar como una abeja" conforme al estilo que había desarrollado durante su trayectoria en el boxeo, sorprendentemente Ali se apalancó sobre las cuerdas y durante siete asaltos aguantó el interminable chaparrón de golpes que le propinó su rival. Asalto tras asalto Ali le susurraba a Foreman si no era capaz de pegar más fuerte. Esa táctica que algunos interpretaron como suicida, terminó por enloquecer a Foreman quien paulatinamente se fue agotando tras descargar centenares de puñetazos sobre el cuerpo de su rival.

Uno de los asistentes al combate fue el escritor neoyorquino Norman Mailer, quien hacía labores de comentarista. Su descripción del castigo que recibió Ali invitaba a pensar que el combate terminaría con él en el hospital. Por el contrario, en el octavo asalto Ali se dio cuenta de que Foreman se había agotado y logró conectar un gancho y un directo al rostro de su rival que dejaron a este K.O. En el documental puede apreciarse la cara de asombro de Mailer al contemplar la caída de Foreman a la lona. Parece contemplar un milagro. Lo que parecía imposible había sucedido. Ali había vencido y volvía a ser campeón del mundo. El delirio de los espectadores en el estadio se prolongó hasta la madrugada en todos los barrios y rincones de la capital. La derrota sumió a Foreman en una profunda depresión de la que tardó años en recuperarse. Pero Foreman fue capaz de superarla y siguió boxeando muchos años. Muchos de ellos en favor de proyectos de ayuda a jóvenes con dificultades. Ali y Foreman superaron también sus diferencias y llegaron a ser amigos.

El partido del miércoles en Bucarest representa, sin duda, uno de los mayores desafíos del Athletic en su centenaria historia. Para poder ganarlo sobre el terreno de juego, contar con el apoyo del público rumano sería una ayuda importante. De hecho, la mayoría de los asistentes al encuentro no serán hinchas del Athletic ni tampoco colchoneros sino aficionados rumanos. A mi juicio, el Athletic debe intentar ganar la simpatía de los aficionados locales recurriendo a diversos gestos simbólicos. No es un secreto que la sociedad rumana percibe que sus socios y vecinos europeos la ignoran o que incluso la contemplan con desdén. Por eso, los gestos de reconocimiento probablemente serían recibidos con enorme gratitud. Tal y como también sucede en Euskadi cuando quienes nos visitan simbólicamente nos saludan en euskara, no sería mala idea saludar a los anfitriones de la final en rumano: "E o onoare pentru noi sâ jucâm finala pe noul stadion National Arena" (es un honor para nosotros jugar la final en el nuevo Estadio Nacional) o tener un recuerdo para los míticos jugadores rumanos: Hagi, Gica Dobrin o Helmuth Ducadam.

Le expectación que el partido del miércoles ha despertado en Euskadi es enorme. A medida que se aproxima la fecha del encuentro de Bucarest, la posibilidad de un título continental acelera los corazones rojiblancos y el de muchos vascos en las cuatro esquinas del planeta. El Athletic, no lo olvidemos, es también embajador de Euskadi en el mundo. Allí donde va se recuerda que es un equipo vasco y nos sitúa en el mapa. Millones de aficionados al fútbol han seguido su epopeya europea esta temporada y han sido informados sobre su filosofía de permanecer fiel a la cantera. También los equipos rumanos juegan con jugadores de cantera y sin duda este puede ser un motivo de afinidad. El impecable comportamiento de la afición en sus desplazamientos es también inmejorable tarjeta de visita y es muy importante que esa conducta se mantenga en la final.

En unos momentos particularmente difíciles para tanta gente, la extraordinaria temporada del Athletic está siendo una fuente inagotable de alegría e ilusión. Solo falta un(a) final feliz. El equipo ha demostrado que es capaz de superar anteriores límites y que algunos sueños pueden convertirse en realidad. Un equipo en situación crítica que sufrió para no descender es capaz de luchar algunos años más tarde por obtener dos títulos que tiene al alcance de la mano. Ese mensaje de superación puede también trasladarse a la sociedad vasca. Como demuestra el Athletic, otro futuro es posible, aunque no basta con desearlo, también hay que trabajar en el empeño, contar con una buena dirección técnica e institucional que actúe coordinada y solidariamente. A pesar de que por su tamaño otras entidades cuentan con una dimensión y recursos mayores, saber manejar correctamente los propios permite poder competir y superar a rivales más potentes. Saber movilizar a nuestro favor a los aficionados rumanos es el reto inmediato, tratar de que compartan las emociones que el Athletic ha sabido despertar entre aficionados de todo el mundo. En Inglaterra, tras descubrir su historia tan ligada a las islas, hablan de "nuestro Athletic". La batalla de Bucarest tal vez se decida en 90 minutos pero para ganarla hay que preparar antes una estrategia que también debiera tener en cuenta al público del país anfitrión. Su intermediario es la prensa deportiva rumana y la ciudad de Bucarest. Un entorno en principio neutral cuya simpatía podemos ganar. Porque de hecho el fútbol es también una oportunidad para ganar amistades y despertar simpatías. Los rojiblancos, todos, desde el presidente del club al último aficionado, deben recordar a Ali. Y, sobre todo, no olvidar a Foreman.

Aupa Athletic! Beti zurekin!