COMO era previsible desde el mismo momento de conocerse los resultados que arrojaron las urnas el pasado 20 de noviembre en las elecciones generales, los partidos políticos, con matices, han realizado un ejercicio lógico de lectura e interpretación de los datos y -es esperable- de reflexión profunda. Si alguna formación salió malparada de la cita electoral, esa fue el PSOE, que en esta última etapa ha llevado las riendas del Gobierno español durante dos legislaturas. La debacle, con una pérdida de apoyos cifrada en más de cuatro millones de votos, no admite paños calientes, como incluso han reconocido varios dirigentes socialistas. Más allá de la evidencia de la derrota sin paliativos, el desconcierto ha cundido en las filas del partido que fundara Pablo Iglesias. Desmantelada y desestructurada la vieja guardia que surgió del famoso congreso de Suresnes y que acompañó al felipismo y derrotada como nunca hasta ahora la alternativa renovadora que pretendía ofrecer el zapaterismo, el PSOE se ha convertido en una jaula de grillos que nadie parece capaz de gestionar. Sin liderazgo, sin ideas nuevas, sin verdadera participación interna, sin conexión con las demandas de la sociedad de hoy, sin alternativa creíble a una situación de crisis como la actual, los dirigentes socialistas aparecen en escena como pollos sin cabeza, caminando en círculo, aparentando que hay una reacción, que se asume la derrota exponiendo a quien quiera oírles que es necesaria una catarsis de personas y de ideas, pero sin aportar un gramo de sensatez y cordura a este debate. Y es que falta lo primordial, lo irrenunciable cuando un partido quiere resurgir de sus cenizas tras una derrota como la sufrida: la autocrítica. En el reciente Comité Federal celebrado este sábado, el propio José Luis Rodríguez Zapatero continuó echando balones fuera ante la grave situación y culpó a "la crisis económica" de los resultados. Parece que el discurso oficial de hacer recaer toda la responsabilidad a un agente externo e incontrolable como una crisis global ha calado hondo entre los dirigentes socialistas. Pero se equivocarían y harían un flaco favor a su propio partido si se quedaran ahí, sin buscar y analizar otras causas internas a la deba-cle. No basta con asumir de forma etérea la responsabilidad de los resultados, como -en un gesto lógico- han hecho tanto Zapatero como Rubalcaba, sino de hacer un ejercicio que se debe acercar mucho a una refundación. Los socialistas lo fían todo a su gran cónclave que celebrarán en febrero en Sevilla, pero su problema es más de ideas y de apertura a la sociedad que de líderes (que también). En similar situación se encuentra también el PSE, incapaz de abrir su propio debate sin la sombra del padre PSOE y aferrado a Ajuria Enea como a un clavo ardiendo. Mientras, la sociedad (también la vasca) camina por su propia senda.
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