LAS elecciones municipales y forales en Euskadi han venido a refrendar, junto a aspectos coyunturales derivados de la situación económica y del peculiar y judicializado desarrollo de los acontecimientos políticos de los últimos meses, los tres parámetros básicos que la sociedad vasca ha venido reiterando por décadas y que, sin embargo, aún siguen a la espera de respuesta tras esta última jornada electoral. El primero de esos ejes absolutamente mayoritarios reiterados una y otra vez por la sociedad vasca es el de la necesidad de paz, traducida en una movilización electoral que de nuevo ha primado su consecución. Sucedió en 1998-1999 y ha vuelto a acontecer ahora. La aparición de Bildu como segunda fuerza política tras el PNV se sustenta en buena parte en la decisión de la izquierda abertzale radical de transitar por fin, 34 años después, por vías exclusivamente pacíficas y democráticas. Ese impulso electoral, sin embargo, también lleva inherente la responsabilidad de impedir que se repita lo sucedido hace doce años y el fracaso y la desilusión de entonces. Es decir, implica la asunción de un liderazgo sin cortapisas ni injerencias en ese sector político y, por tanto, el fin definitivo de la actividad armada por parte de ETA, incompatible con el discurso y el proyecto que Bildu ha ofertado a los vascos pero también con la gestión de niveles del mismo marco institucional de Euskadi que hasta ahora ETA (y la izquierda abertzale) habían venido despreciando e incluso combatiendo. Además, el segundo eje que hacen patente las elecciones del pasado domingo es el de la reiteración de una nítida mayoría nacionalista o abertzale tanto a nivel de la CAV (634.215 votos frente a los 324.157 de la suma PP-PSE) como en cada uno de sus tres territorios históricos, mayoría que habilita para plantear la consecución de mayores cuotas de autogobierno y cuestiona más si cabe la continuidad de un Ejecutivo, el presidido por Patxi López, que difícilmente puede legitimarse en menos de un tercio escaso de los electores de la suma de dos fuerzas políticas que son tercera y cuarta del espectro electoral y cuya única coincidencia ideológica es además el intento de impedir o coartar las aspiraciones de quienes les doblan en número de votos. El agravante de la pérdida por el PSE de casi uno de cada dos apoyos en estos dos años y la incapacidad del PP -calca los resultados de 2009- para rentabilizar esa debacle , exigen de López una respuesta que por lógica debería contemplar la gobernabilidad de Euskadi. Y, finalmente, los dos ejes anteriores llevan a la tercera constatación, refrendada en el aumento de votos del PNV respecto a las anteriores municipales: la sociedad vasca desea y pretende vehiculizar sus demandas, en el ámbito del autogobierno y en el de las necesidades económico-sociales provocadas por la crisis, a través de instituciones cercanas, fiables y estables, reto al que las formaciones políticas y los acuerdos a alcanzar también deben otorgar respuesta.