JOSEFA, Ivana, Juana, Victoria, Malina, Isabel, Julia, Teresa, Carmen, Montserrat, Fátima, Vanessa, Mayra, María, María Isabel, Irene, Fatna, Alicia, Antonia, Lupe, Farida, María Dolores, Mercedes, Rafaela, Andrea, Laura, Zaira, Carmen, Mari Carmen, Amelia Amaya, Johana... son algunos de los nombres que están tras la frialdad del dato de las 56 mujeres que han sido asesinadas por sus parejas en el Estado en los nueves meses y medio que han transcurrido de 2010, cuatro en ocho días, la última ayer mismo en la localidad de Getafe; nombres que componen la dramática lista de una lacra social incesante y de una brutal cadencia que apenas sale a la luz cuando, como ayer, alcanza sus más trágicos efectos pero que es en realidad un iceberg de violencia que no cesa, la violencia machista. Sólo en el ámbito más cercano, en la CAV, 26 mujeres han sido asesinadas en ocho años, la mayoría a manos de su pareja o ex pareja; sólo en la CAV, el año pasado, se contabilizaron 4.078 agresiones, una por cada 272 mujeres; y sólo en la CAV y en un mes se reciben en torno a doscientas llamadas de alerta... que únicamente son la parte más visible de una enfermedad social, humana, que no se detiene y afecta como un tumor a todas las generaciones -un 50% de las mujeres asesinadas en el Estado este año no alcanzaba los 40 años- y a todos los tejidos de una sociedad que sigue sin superar el maligno gen de la desigualdad, verdadero origen de toda esa violencia a la que únicamente las imprescindibles medidas de protección no pueden hacer frente, como demuestra la constatación de que ocho de cada diez mujeres asesinadas en estos últimos nueve meses no habían presentado denuncia previa por maltrato o amenazas. Los poderes públicos están en la obligación de proporcionar mecanismos efectivos que protejan a las mujeres más allá de los que hasta ahora se han puesto en práctica y demostrado insuficientes, deben disponer de herramientas que prevengan y corrijan la que es probablemente una violencia -no sólo física además, aunque sea ésta la más acuciante- estructural en una sociedad que aún no ha desterrado el rol, la cultura, de subordinación que el hombre ha reservado interesadamente a la mujer en el transcurso de los siglos y aún hoy en día, deben también articular sistemas sancionadores sin resquicios que permitan su contaminación por esa misma desigualdad y, por añadidura pero no en último lugar, deben fomentar la educación y la concienciación de toda la sociedad, especialmente de las nuevas generaciones y del propio hombre. Sólo así se puede pretender superar la terrible iniquidad que año tras año -en nueves meses de 2010 ya se ha superado el número de muertes de todo 2090- se repite a costa de la vida de Josefa, Ivana, Juana, Victoria, Malina, Isabel, Julia, Teresa, Carmen, Montserrat, Fátima... por el simple hecho de ser ellas.
- Multimedia
- Servicios
- Participación