LOS treinta y tres folios del discurso de Patxi López en el Pleno de Política General celebrado ayer en el Parlamento Vasco conforman una amalgama de laboratorio para emulsionar la ininteligible autocomplacencia, trufada de citas y datos parciales que únicamente contribuyen a aumentar la incomprensión de quienes han contemplado con estupor el devenir de estos dieciséis meses de su gobierno, y la traslación a palabras de dos disoluciones, la involuntaria pero real de su propio proyecto -si es que ha existido- en la incapacidad para liderar el país, en el sometimiento a la presión de su socio preferente y en el interés de la uniformidad del Estado; y otra pretendida pero difícilmente alcanzable, la de la identidad vasca como sentimiento diferenciado. López, al realizar una lectura complacida de su año largo al frente del Ejecutivo, no sólo obvia la realidad social de Euskadi mediante la negación de los problemas que enfrenta, desde los generales de la continuidad de la crisis y el alejamiento de la sociedad a puntuales como los conflictos internos y múltiples con su funcionariado, sino también la realidad política cuando concluye el inexistente fin del debate identitario y su traslación a la legalidad y se atribuye la defensa de un autogobierno al que, más allá de su discurso electoral, no ha aportado nada, tal y como quedó demostrado apenas horas antes de su intervención con la consecución por el PNV de las transferencias sociolaborales que él mismo, tras no conseguir, no ha tenido otro remedio que celebrar. O también cuando pretenciosa y falsamente sitúa en el haber de su gobierno el clima social frente a la violencia. Tratar de encubrir esa realidad objetiva con datos escogidos de modo amanuense que no cuadran con la percepción de la sociedad vasca no hace sino exacerbar la sensación de impotencia que ofrece su Ejecutivo. Si además y por segundo año, esa minuciosidad está por el contrario ausente en la explicación de sus proyectos -más allá del inconcreto anuncio de un giro de 360º en el ajuste del gasto corriente y el recorte de la deuda pública, que su gobierno sólo ha contribuido a aumentar- y su política económica recibe críticas incluso de sus socios populares, apenas cabe deducir la volubilidad, o la futilidad, de un Ejecutivo que únicamente parece mantenerse impertérrito en ese debate sobre la identidad que curiosamente dice concluido. Un sólo detalle marca el discurso, y por tanto las pretensiones, de López al respecto de esto último: en su intervención no citó ni en una sola ocasión a Euskadi no ya como nación -siquiera a la catalana- sino tampoco como nacionalidad para, escudándose en el concepto Euskal hiria de Atxaga, retratarla como "metrópoli" en una imagen que se podría hasta compartir de no ser porque en su raíz se puede adivinar la pretensión de López de diluir a Euskadi junto a su propio gobierno.