pAKISTÁN está sufriendo la que probablemente sea la mayor catástrofe humanitaria conocida, según ha declarado el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, quien cuando visitó el país hace una semana confesó que "nunca había visto un desastre" de esa envergadura. Las incesantes lluvias monzónicas que han caído durante las últimas tres semanas han provocado unas devastadoras inundaciones con miles de muertos y cerca de 20 millones de damnificados, muchos de ellos -se estima que la mitad- niños. Y el riesgo aún no ha pasado. Las cifras de la tragedia son escandalosas, de tal modo que Unicef calcula que la crisis humanitaria que se está viviendo en Pakistán es superior a la del tsunami del Índico de 2004, el terremoto de Cachemira de 2005 y el reciente seísmo de Haití, todos ellos juntos. Sin embargo, el mundo parece mirar hacia otro lado. Los mecanismos de ayuda y solidaridad se han puesto en marcha a duras penas, pero no han tenido la respuesta de otras ocasiones. En realidad, la sociedad occidental ignora la dimensión del desastre que está sumiendo a Pakistán en la miseria y la muerte. En Euskadi, tras la primera alarma por los más de cuarenta ciudadanos vascos que se encontraban en Cachemira en el momento de la tragedia y una vez que regresaron sanos y salvos, la catástrofe ha pasado a un plano muy inferior de interés. Y, sin embargo, la situación es realmente dramática. Más de cuatro millones de personas se encuentran sin un techo bajo el que cobijarse y la escasez de agua potable comienza a acechar muy seriamente a millones de niños. El testimonio de quienes se encuentran sobre el terreno es sobrecogedor, como el que publica hoy DEIA de un cooperante vasco, quien afirma con resignación contenida que "lo más duro está por venir". Y, sobre todo, que la ayuda internacional sigue sin llegar pese al tiempo transcurrido y a los llamamientos de la ONU. "A menos que el mundo responda inmediatamente, más y más de los 3,5 millones de niños afectados por las inundaciones estarán en riesgo de contraer enfermedades que se transmiten por el agua como la disentería, la diarrea y el cólera", ha dicho Anthony Lake, director ejecutivo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, Unicef. Pakistán necesita ayuda, y la necesita ya. Lo ha dicho Ban Ki-Moon, pero es una realidad hacia la que no pueden cerrarse los ojos. En estos tiempos de globalización económica, tecnológica y hasta cultural, el mundo debe demostrar que la solidaridad también es global. Una vez más, la ONU está demostrando buena voluntad pero escasos recursos y menos capacidad de influencia para dar respuesta inmediata a catástrofes de esta dimensión. Urge, por ello, una revisión de sus estructuras y de los mecanismos de urgencia para atender a los más olvidados y a los más débiles.
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