LA polémica es un arte y, por ello, hay artistas que viven de la polémica, si por vida entendemos la presencia pública. Cualquiera que siga la actualidad tiene in mente a algún escultor, escritor o asimilado cuya actividad creativa pasa por hablar de política (a poder ser sobre Euskadi y contra los nacionalistas vascos) o pleitear en los tribunales por tal o cual obra que, dicho sea de paso, para el común de los mortales no deja de ser una auténtica patata. Se sabe, o más bien se supone, que esos artistas mantienen activa la llama creativa en algún rincón de su apretada agenda vital, pero siempre en un segundo plano, pues para la opinión pública resulta mucho más interesante aquella faceta que ha llegado a encumbrarles: la polémica. Cuando se trata de profesionales del arte que han hecho del caso vasco el eje de su perfil polemista, esa militancia política antiseparatista les ha permitido mantener en alguna medida su faceta artística, con encargos de instituciones públicas amigas de aquí y allá. Así, el título de artista se mantiene en la primera línea del currículum y se puede continuar polemizando desde la atalaya de la intelectualidad. Si el artista es de ese otro tipo más propenso a acudir a los tribunales para alimentar su ego, es posible también que recurra de vez en cuando a la tabla de salvación de la polémica política: ésta nunca falla. Debo aclarar que esta columna no es, en absoluto, una crítica a esos artistas. Reconozco el valor de quien vive de la polémica y no seré yo quien les pida que trabajen por amor al arte.
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