bILBAO- Los conflictos de Oriente Medio no tienen una explicación sencilla, sino que son multidimensionales. Según Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante e investigador de Oriente Medio y Magreb de la Fundación Alternativas, para entender esta compleja situación hay que ir desgranando uno a uno los diferentes niveles. Uno de los primeros sería comprender las diferencias existentes entre el sunismo y el chiísmo, la base de estos conflictos.
¿Cuáles serían las principales diferencias entre los suníes y los chiíes?
-En un principio fueron sobre todo de carácter doctrinal. Al igual que en el cristianismo hubo una ruptura entre católicos y protestantes, en el Islam ocurrió algo similar con los suníes y los chiíes. Este cisma tuvo lugar tras la muerte de Mahoma con motivo de la elección de su sucesor: había quienes apoyaban a Ali, cuyos seguidores se agruparon en torno a la chía Ali -el grupo de Ali (de ahí el nombre del chiísmo)-; y quienes pensaban que al frente de la comunidad de creyentes debería situarse el más apto de los creyentes, fuera o no descendiente del profeta.
¿Y luego las diferencias se acrecentaron?
-Así es. Con el transcurso del tiempo van divergiendo en cada vez más cuestiones. A día de hoy, están bastante alejados el uno del otro. Por ejemplo, los chiíes consideran que los textos sagrados tienen un significado oculto que sólo los descendientes de Alí y sus sucesores pueden discernir. También consideran que el último de los imanes se ocultó en el siglo IX y reaparecerá para restaurar la justicia universal. Además, los chiíes tienen un clero institucionalizado, algo de lo que carece el sunismo.
¿Cómo influyen estos dos bandos en la geopolítica mundial?
-Antes de nada habría que comentar que, en muchas ocasiones, cuando se habla del enfrentamiento entre suníes y chiíes los términos no se emplean con propiedad. Por ejemplo, cuando se menciona el frente suní siempre se piensa en Arabia Saudí, dando la impresión de que se encuentra a la cabeza de dicho bando. Sin embargo, en este país se practica el wahabismo, que es la escuela más radical, rigorista y puritana del islam. Esto se traduce en la segregación de los sexos, la ausencia de libertades públicas y la persecución del resto de las confesiones; algo muy diferente de lo que ocurre en otros países suníes, como Marruecos, Túnez o Egipto. Además, porcentualmente, el wahabismo representa una minoría marginal aunque muy influyente dentro del islam.
Entonces, ¿cuando hablamos del conflicto entre suníes y chiíes en Oriente Medio a qué nos estamos refiriendo?
-Principalmente, a las tensiones entre el wahabismo y el chiísmo. Esto no es nada nuevo, porque desde hace dos siglos dichas corrientes viven enfrentadas. Los suníes suponen casi el 90% de los musulmanes. Sin embargo, dentro del sunismo hay diferentes corrientes y entre ellas está el wahabismo, que no apuesta por el diálogo, ni por la tolerancia ni por la coexistencia religiosa. Quieren imponer su peculiar interpretación del islam, ya sea mediante la predicación o la fuerza. Podríamos decir incluso que el wahabismo está en guerra con el islam tal y como ha sido practicado durante siglos por las sociedades musulmanas. Sin embargo, a día de hoy, hay otros factores a tener en cuenta.
¿Por ejemplo?
-Los aspectos geopolíticos. Lo que se está disputando en Oriente Medio es la supremacía regional. Arabia Saudí pretende expandir el wahabismo por la región, lo que necesariamente implica combatir a Irán, el baluarte del chiísmo. Podríamos decir que Arabia Saudí e Irán son fuerzas antagónicas, no sólo en el ámbito ideológico, sino también en el plano geopolítico. El avance de una conlleva, necesariamente, el retroceso de la otra.
Y en cuanto a los chiíes, ¿cómo están repartidos por el mundo árabe?
-La gran potencia chií es Irán. Irak, Líbano y Bahréin también cuentan con mayoría chií, pero sólo se han hecho con el poder en el primero de los casos. En Siria, por otra parte, hay una gran heterogeneidad confesional con presencia de varias ramas del chiísmo, incluidos los alauíes que controlan los resortes del estado. Esto explica, al menos parcialmente, que Siria haya sido un aliado estratégico de Irán desde la Revolución Islámica en que ambos países unieron fuerzas para contener a un beligerante Sadam Husein, protegido por Estados Unidos y las potencias suníes. Hoy en día, las petromonarquías del Golfo arman a los grupos salafistas y yihadistas no porque pretendan defender las libertades y la democracia, sino para debilitar a Irán, que es aliado estratégico de Bashar al-Asad.
¿Los grupos yihadistas siguen la corriente wahabí?
-Así es. Pretenden imponer su interpretación del islam e implantar la sharía creando un Estado islámico. Su utopía es restaurar el islam tal y como se practicaba en la vida del profeta y sus sucesores inmediatos. Son claramente antioccidentales y rechazan la democracia a la que consideran una herejía que no tiene cabida en el mundo islámico. En cierto modo podemos afirmar que los yihadistas son los hijos descarriados del wahabismo.
¿Desde cuándo existe este conflicto entre el chiísmo y el wahabismo?
-Desde la irrupción del wahabismo. Este movimiento surge a mediados del siglo XVIII y desde su irrupción persigue a las cofradías religiosas sufíes y a los chiíes destruyendo y saqueando sus santuarios -métodos que han recuperado los yihadistas-. Los wahabíes siempre han vivido de espaldas a sus vecinos chiíes en el golfo Pérsico y los pocos saudíes que practican el chiísmo son considerados ciudadanos de segunda categoría y sistemáticamente perseguidos cuando reclaman sus derechos civiles y religiosos.
¿Cuáles serían entonces las claves para entender los conflictos de Oriente Medio?
-Sobre todo hay que comprender que se trata de un conflicto multidimensional que tiene diferentes niveles. No todo se explica aludiendo a la religión, sino que tenemos que entender sus dimensiones económicas, políticas y sociales. Si nos detenemos en la economía observamos cómo Arabia Saudí, gracias a su riqueza petrolífera, ocupa un lugar central en el sistema árabe y, desde esa posición, intenta imponer su forma de entender el mundo. También existe una fractura económica, puesto que existe una desigual repartición de la riqueza y un segmento importante de la población árabe vive en una situación de pobreza. También hay una dimensión política, puesto que existe una elite gobernante que recurre al autoritarismo para perpetuarse en el poder. Y, por supuesto, hay una fractura social, con una mayoría de la población joven que considera que carece de futuro mientras no se modifique la actual distribución de poder.
¿Soluciones para estas dimensiones?
-No existen recetas mágicas, pero es evidente que tenemos que hacer un mayor esfuerzo a la hora de solventar las crisis en Siria, Irak, Yemen, Libia y, por su puesto, Palestina. Durante demasiado tiempo hemos optado por la táctica del avestruz, escondiéndonos para no ver la peligrosa deriva que asumían los conflictos. Ha llegado el momento de tomar la iniciativa, lo que no pasa necesariamente por bombardear dichos países, sino por plantear propuestas constructivas para acabar con las tensiones geopolíticas que están detrás de dichos conflictos.