Son carburantes líquidos producidos a partir de residuos orgánicos: aceites vegetales, despojos de la industria agroalimentaria o forestales, biomasa (cáscaras y huesos de fruta, restos de poda, etc.). La teoría dice que las emisiones generadas por su uso se ven compensadas por el CO2 absorbido previamente de la atmósfera por esos residuos empleados en su elaboración. Por tanto, representan una alternativa eficaz e inmediata a la hora de reducir las emisiones procedentes del transporte. Más ventajas: pueden emplearse en los vehículos de combustión sin modificación alguna, utilizando la misma infraestructura de suministro. Es una tecnología ya desarrollada -los combustibles convencionales contienen hoy más de un 10% de renovable- que no requiere reemplazar el parque actual de vehículos. Sus defensores argumentan que su elaboración propicia utilizar materias primas locales, lo que impulsa la economía circular, y permite diversificar la matriz energética del país fomentando la independencia energética.