La Vuelta soy yo. No lo dice Primoz Roglic (Trbovlje, 34 años), prudente, humilde, serio, respetuoso. Bien podría gritarlo a los cuatro vientos, bramarlo al mundo. Lo impide su forma de ser, que expresa en su modo de competir. Roglic es la Vuelta. Cuatro veces campeón de la carrera.

La unión que no cesa. El rayo rojo. El imperio del esloveno se extiende por los rincones y los recovecos de una competición que es suya otra vez. Póquer. Cuatros ases. Se coronó en 2019, 2020, 2021 y ha regresado en 2024. Cuatro veces Roglic. Un hito magnífico. Extraordinario. El retorno del rey.

En esa historia de amor pintada de rojo, solo una caída en la Vuelta de Evenepoel, la de 2022, y el juego de tronos del Jumbo el pasado curso, le impidieron un mayor dominio sobre una carrera que le pertenece desde que asomó en ella con los ojos brillantes de ambición. Ha vencido en cuatro de sus seis participaciones.

Indiscutible su ascendente sobre la prueba. No ha habido nadie mejor. La crono de Madrid, de 24,6 kilómetros, puso el decorado para la ceremonia de coronación del esloveno. Caía la tarde y se consagró Roglic, emperador de la carrera. De Madrid, al cielo.

O'Connor y Mas, en el podio

En el podio le acompañaron Ben O’Connor, a 2:36 y Enric Mas, a 3:13 del esloveno. La foto definitiva retrató al mejor Roglic, fiel en su idilio con la Vuelta. El esloveno lució sonriente en otro atardecer dorado, bañado por el sol. La luz iluminó la cuarta Vuelta de Roglic.

“Es una locura. Estoy disfrutando del momento. Estoy realmente contento. Hay que hacer muchos sacrificios para lograr un triunfo así. ¿Si la quinta estaría bien? Nunca es suficiente. Creo que eso sería una locura. Pero pienso que ganar cuatro también lo es”, resumió el esloveno.

Después se fundió en un abrazo con los suyos: su mujer y sus dos hijos. Roglic parece un veraneante sonriente en la Vuelta. Su segundo hogar. 

El juicio del reloj determinó la orla final de la Vuelta por el callejero de Madrid. Los yelmos modernos, las armaduras de tejidos tecnológicos las y bicis aerodinámicas dibujaban el baile definitivo.

Con Roglic descontando los minutos para el festejo, los nervios circulaban rebeldes entre O’Connor, Mas y Carapaz, que opositaban al podio. Les separaban 58 segundos.

El australiano partía con una renta de 9 segundos respecto al mallorquín. No solo resistió a Mas. Lo superó con un gran ejercicio. La emoción se disipó de inmediato.

Stefan Küng, vencedor de la crono. La Vuelta

La crono, para Küng

Todo quedaría igual porque Carapaz tampoco presionó más de la cuenta. Roídas las fuerzas, el pulso en la crono era igualado. No había espacio para las sorpresas en un circuito sin alicientes técnicos o exigencias a modo de dureza.

Sobre ese recorrido, ideal para especialistas, se impuso Stefan Küng, el gigantesco suizo. Roglic no logró someterle. Fue segundo a 31 segundos del suizo que pudo celebrar su primera victoria en una grande.

El relojero final de la Vuelta fue Roglic, el mejor entre los favoritos. Cargó con más de 30 segundos al australiano y con más de un minuto a Mas, que festejó su cuarto podio. Era el primero para O’Connor, feliz. Carapaz no pudo acercarse. Mikel Landa cerró la carrera en la octava plaza de la general.

Mikel Landa, durante la crono final. Efe

El esloveno es el hombre de la Vuelta, la estrella que siempre se ilumina en una cita que ama. El último lustro de la Vuelta se entiende a través de Roglic, que ha elevado el estatus de la carrera. Le ha otorgado realce. El esloveno honra a la carrera por el modo en el que la afronta. Camina hacia la leyenda el esloveno.

Roglic talló otro triunfo sin histrionismos. Hizo lo que tenía que hacer. Siempre sólido, firme, concentrado. Es su modo de entender el mundo. Remontó después del sismo que provocó Ben O’Connor, líder durante 13 jornadas, tras una cabalgada sobrenatural que volteó la carrera y exigió al resto en la sexta jornada.

La remontada de Roglic

Roglic emprendió la remontada sin entrar en pánico. Mordiendo aquí y allá, lijando al australiano. Fue decapándole poco a poco hasta desnudarle por completo en Moncalvillo, donde fijó el rumbo final de la carrera, aunque el norte de la brújula siempre fue Roglic. Enric Mas y Carapaz nunca pudieron con él. El esloveno fue el que más propuso y alcanzó el liderato cuando debía hacerlo.

Marcó la diferencia en los escenarios donde se esperaba que lo hiciera y camufló los momentos malos tras su máscara de hierro. Fue el más incisivo, el más inteligente y el más valiente. Inconformista, competidor magnífico, remató otra Vuelta, de regreso al trono tres años después. Siempre Roglic. 

El esloveno encontró en la Vuelta el alivio al malquerer del Tour, la carrera que le ha ninguneado en los últimos cursos. A cada herida de la Grande Boucle, la sonrisa en la Vuelta. A Roglic le sienta de maravilla el rojo. Es su color. Su pasión. En su biografía por la Vuelta, el esloveno ha sumado 15 victorias de etapas en seis ediciones.

Más allá de su capacidad para el remate, Roglic supo manejar los hilos de la carrera con destreza. El rey de la carrera escribió con letras de oro un página para la historia de la Vuelta. Se regaló la eternidad. 

Reconfortante la Vuelta, la caricia que le reconcilia a Roglic consigo mismo y elimina los demonios de las duras experiencias. El mérito de Roglic es su capacidad para recomponerse de cada derrota, de seguir adelante. Piel de campeón. Cae y se levanta. Redención. No se rinde el esloveno eso le concede el aura de los grandes.

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Donde otros se hubieran lamentado, incluso agarrado al discurso del victimismo para convertirse en mártir, Roglic eligió el camino de la superación, alérgico como es a las coartadas y a la excusas.

Estoico, dispuesto al siguiente combate. En su paraíso, Roglic venció en Pico Villuercas, Cazorla y Moncalvillo. Tres diamantes para decorar su cuarta corona. De regreso al trono. El hombre Vuelta. La dinastía Roglic.