Se les llamó 'Niñas de oro' porque, efectivamente, eran unas niñas cuando se subieron al escalón más alto de Atlanta. Tenían entre 15 y 17 años y deslumbraron al mundo con tres ejercicios perfectos que desbancaron a Bulgaria y Rusia, dos potencias por aquel entonces en esto de la gimnasia rítmica. Es más, los Juegos del 96 fueron los primeros en incluir a los conjuntos en su programa, por lo que el equipo que estuvo a las órdenes de Emilia Boneva y María Fernández tuvo el honor -ganado a base de esfuerzo- de ser el primer oro olímpico de esta modalidad. Así pues, las entrenadoras eligieron a un grupo para hacer historia. Un grupo cuya base se asentaba en Gasteiz, con Tania Lamarca, Lorena Gurendez y Estíbaliz Martínez; pasaba por Iruñea a por Maider Esparza y se completaba con la valenciana Marta Baldó, la catalana Nuria Cabanillas y la madrileña Estela Giménez. Esta prometedora generación de gimnastas convivió durante todo el ciclo olímpico en un chalet de Canillejas, con el único plan de entrenar, entrenar y entrenar.

De hecho, el programa diario constaba de cuatro horas de sesiones preparatorias, a las que había que unir las seis dedicadas al instituto -no hay que olvidar que aún no habían superado, por edad, la enseñanza obligatoria-. La exigencia era máxima. Tanta que el año previo de los Juegos se les impuso un año sabático escolar. Así que su rutina se basó en gimnasia, gimnasia y gimnasia. Los entrenamientos se prolongaron hasta las ocho horas diarias. La dieta se endureció. La vida de las Niñas de oro comenzó a asemejarse a una tortura y, por ello, a dos meses de Atlanta, María Pardo no pudo soportar la presión y abandonó. Dejó atrás los bronces de los Europeos de Bucarest y de Praga; y los tres oros, tres platas y tres bronces de los Mundiales de París, Viena y Budapest. Prescindió de todo ese palmarés y se marchó. Así que las siete gimnastas que soportaron a Boneva y Fernández desfilaron orgullosas en la ceremonia inaugural de los Juegos. Sin embargo, dado que en la competición olímpica solo se permitían seis convocadas, la navarra Esparza tuvo que conformarse con verlo todo desde la grada. Y, como cada ejercicio era ejecutado por cinco, se decidió que Cabanillas fuera suplente en pelotas y cintas; y la gasteiztarra Gurendez, en aros.

Cierto es que se esperaban muchas cosas de esta generación, pero también es cierto que con la disolución de la Unión Soviética aumentaron los conjuntos aspirantes a todo. Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Uzbekistán... optaban a medallas que antes eran para uno solo. Con todo, la exitosa trayectoria hasta los Juegos de Atlanta del conjunto estatal dio confianza a unas gimnastas que demostraron su valía desde el primer momento. De esta forma, en la primera jornada y tras dos ejercicios, se colocaron en la segunda posición, a solo 50 centésimas de una Bulgaria que lideraba. Por lo que al día siguiente se propusieron remontar. Bordaron los tres que restaban: aros, pelotas y cintas; y se marcharon al vestuario a esperar. Sabían que habían superado a las búlgaras, pero aún quedaba Rusia por pasar por el tapiz y podía aventajarlas. De hecho, la medalla de plata no era mala recompensa, pero tras cuatro años de sufrimiento aspiraban a la presea dorada.

Por una pelota

Así que la espera se hizo eterna. Hasta que la también gasteiztarra Almudena Cid, que quedó novena en individual, irrumpió para gritarles que eran de oro. Que el conjunto ruso había sucumbido a la presión y no lo había conseguido. Que una pelota se le había escapado rodando, llevando la medalla más brillante hasta los cuellos de las gimnastas estatales. De esta forma, las Niñas de Oro colocaron a la gimnasia rítmica en todas las portadas y se ganaron los aplausos más sonados de unos Juegos en los que el ciclismo y el balonmano también dieron grandes alegrías al deporte vasco. De hecho, fue la Federación Española de Gimnasia la única que le puso trabas a uno de los conjuntos más recordados del olimpismo puesto que se negó a pagar las ganadores los 41 millones de pesetas prometidos si ganaban el oro. Con todo, la Justicia hizo su labor y, cuatro años y varias reclamaciones después, tuvo que aflojar el dinero.

Las siete gimnastas del conjunto estatal tuvieron un año sabático escolar justo antes de los Juegos de Atlanta

En la cita olímpica, Esparza se tuvo que quedar en la grada y Gurendez fue suplente en el ejercicio de aros