¿Dónde estabas tú cuando murió Franco?
Voces de la política y cultura vasca evocan los sentimientos vividos tras el anuncio de la muerte del sanguinario dictador hace medio siglo
El jueves 20 de noviembre de 1975 no marcó el final del franquismo –aún presente hoy–, pero sí el derrumbe físico del sanguinario dictador que mantuvo a Hegoalde bajo represión, asesinatos, silencio y miedo durante casi cuatro décadas. Medio siglo después, quienes vivieron aquella jornada desde la clandestinidad, el exilio, los caseríos vigilados o las aulas de órdenes religiosas que lloraban al tirano, recuerdan no su muerte, sino la grieta que abrió. Para el pueblo vasco, aquel anuncio televisado que informaba de que el autócrata había muerto a las 03.20 horas de la mañana no fue luto. Fue la constancia de que la larga noche empezaba a ver la madrugada. Entre susurros, ciclostiles, brindis y cautelas aprendidas, la desaparición del dictador despertó una certeza: la lucha por recuperar la dignidad, por fin sin la sombra física del golpista. Hoy, DEIA reúne memorias y se dirige a su lectorado: ¿Dónde estabas tú cuando murió Franco?
Relacionadas
AURORA BELTRÁN
Cantautora de Tahúres Zurdos
El 20N yo tenía once años. Estaba en casa de mis padres en Potasas, Navarra. Guardo una pequeña anécdota al respecto que comenzó meses antes de la muerte de Franco. Estudiaba en el colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, al que íbamos los hijos de los mineros de la empresa. Era de monjas. Los hijos de los facultativos iban, sin embargo, a Pamplona: a las ursulinas, francesas o teresianas. En aquellos días falleció una de ellas: la Hermana Rosita. Murió por un tema de hígado. Estaba como un limón. Hicieron una capilla y fue la primera vez que vi un cadáver. A mí no me dio mucha impresión, pero a otras niñas sí. En aquel momento vi que las monjas sonreían y pregunté que por qué no lloraban. Una de ellas me argumentó que porque había sufrido mucho y ya no sufriría y que iría al cielo. Lo entendí muy poco, pero bueno. Me fui a casa. Meses después, murió Franco y vi a todas las monjas llorando. Claro, les pregunté, por qué lloraban si había dejado de sufrir y que iba al cielo... Y me llamaron la atención. Me dijeron que era una impertinente y que me fuera pitando a casa. Mis padres, sin embargo, lo celebraron con una botella de sidra mientras nos abrazábamos todos. A los cuatro pequeños nos dijeron que solo mojar los labios y se hizo en bajo porque la casa daba a un patinillo de luces y podían oírnos los vecinos, algunos de ellos franquistas.
ALBERTO BARREÑA
Hijo de superviviente del bombardeo de Durango
Aquel 20 de noviembre de 1975, algo cambió en el aire. Con 19 años, yo era un obrero más en fundiciones Onena, y a las 07:00 am, la noticia corrió como la pólvora: el dictador había muerto. Pero no había motivo para celebrar. Se iba invicto, impune e invencible, dejando atrás un legado de opresión y miedo. La sociedad, condicionada por él mismo, se preparaba para perpetuar su memoria. Los militantes no teníamos ilusiones; sabíamos que su partida no significaba el fin del régimen. Por la tarde, algunos tomaron vino y se dejaron llevar por la euforia, pero ¿qué había que festejar? El criminal se había marchado sin castigo, sin justicia. El franquismo, astutamente tejido por él, se perpetuaba en la monarquía y los partidos políticos serviles. El mayor criminal de España se multiplicaba en ciudadanos acondicionados para recordarlo y venerarlo. Sabíamos que los cambios no serían para mejorar; el régimen cambiaría de forma, pero no de esencia. Así que, en Durango, la noche del 20 de noviembre no hubo demasiada euforia. Sabíamos que moría una persona, pero no un régimen.
ASCENSIÓN BADIOLA
Doctora en Historia
El 20 de noviembre de 1975 yo solo tenía 14 años. Recuerdo en la televisión en blanco y negro la cara siniestra, las lágrimas y la voz quebrada de Arias Navarro dando la noticia. En mi casa apenas se hablaba de política, pero sí me acuerdo del comentario despectivo de mi padre y algo así como ‘¡Mira cómo llora!’ y un taco que no reproduzco. Lo que mi memoria recuerda son más bien susurros, pero algo me decía que lo que acababa de pasar era bueno para todos. En la intuición de un adolescente cabe todo, desde la alegría de tres días sin clase hasta el temor captado por lo que pudiera ocurrir después, tras un cambio de ciclo. Tuvieron que pasar años para que yo fuese consciente del precio que tiene la libertad, pero en mi interior, el silencio de lo que me rodeaba fue semilla para que ya casi en la cincuentena me pusiese a investigar el motivo de aquel miedo y de ahí surgió el libro ‘El Expolio’ sobre la represión económica en el País Vasco o ‘Individuas Peligrosas’, sobre la represión de las mujeres republicanas en Amorebieta o ‘Cárceles y Campos de Concentración en Bizkaia’, todos ellos publicados por Txertoa. Franco se murió y se llevó con él todo ese silencio que fue el que despertó en mi la curiosidad por saber. Por lo demás, en el pueblo en el que yo estuve durante aquella semana de luto se lanzaron cohetes. Algo celebrábamos.
IÑAKI ANASAGASTI
Exsenador del PNV
No nos cogió de sorpresa pues Franco llevaba muriéndose y en total decrepitud todo el año 75. Tras su muerte, se decidió hacer un comunicado que lo redactó Xabier Arzalluz. Fue un resumen de lo que había sido la dictadura y lo que había que hacer. Proponíamos la ruptura total con la dictadura, no la reforma del régimen. Redactado y aprobado lo editamos en una máquina ciclostil y lo repartimos con todas las cautelas pues había muerto el dictador, pero la dictadura continuaba. Fue un gran comunicado. Bilbao estaba expectante, silencioso, preocupado y aliviado. Era una mezcla de todos eso sentimientos y como no había teléfonos móviles la gente iba al bar a celebrarlo. Y nosotros lo hicimos con sidra.
JULIO JAUREGI
Exmiembro de la Junta General de Gipuzkoa del PNV
Tras nacer en París, el exilio de México y la vuelta a Biarritz, la muerte de Franco me cogió ya residiendo en Oiartzun. Mi padre había sido diputado y senador por el PNV, partido al que yo me afilié a los 22 años. Con este contexto, diré que la noticia no fue especialmente de alegría. Soy cristiano y la muerte de una persona no lo es, sea quien sea. No hubo esa cuestión de alegría. Fue algo muy discreto. Y, por otra parte, sentimos cierta paz política, porque era algo ya hilvanado, algo ya pensado. Era pasar de una dictadura autoritaria a la preparada monarquía constitucional. El advenimiento de esa monarquía.
LÁZARO MILIKUA
Exsecretario de los ayuntamientos de Garai y Berriz
De aquel día recuerdo que nos vino la Guardia Civil al Ayuntamiento donde yo trabajaba como secretario, para que se oficiara una misa funeral en honor a Franco. Para ello, fuimos a donde el cura, Don Francisco Beaskoetxea. En aquel tiempo, los domingos se celebraban las misas a las siete y diez de la mañana. El sacerdote les propuso hacerlo a las siete y ellos dijeron que ni hablar, que el homenaje sería en misa mayor, la de las diez. El pueblo al saberlo, fue a la de siete y en la de las diez no hubo casi nadie. El 20N dijeron que Franco había muerto, pero se pensaba que lo había hecho ya días antes. El alcalde era el franquista Vicente Pujana, que, sin embargo, fue el primero en poner la ikurriña en un ayuntamiento de Euskadi. Ocurrió en Garai el 18 de enero de 1977. Y como curiosidad, un comando de ETA, ya había colocado una antes en nuestro consistorio el 1 de mayo de 1966, liderado por Javier Zumalde ‘El Cabra’, fallecido ahora justo hace dos años.
MARIAN DÍAZ GORRITI
Documentalista de EITB
20 de noviembre de 1975. Nos despertó mi madre y dijo: ‘¡A clase! Que se ha muerto Franco”. Amanecí enferma, tenía fiebre. ‘Ahora mismo llamo al colegio’, dijo mi madre. Eran las nueve y pensé: ¡Qué prisa! Mi madre, hija de republicanos militantes antifranquistas, añadió: ‘Se ha muerto Franco y no vayan a pensar que no vas porque le vas a guardar luto’. Volvió diciendo que –yo traduje– había una semana de fiesta. De los días previos no recuerdo nada, de los meses sí. Aquel verano me mandaron a Savoia, a conocer a mi abuelo paterno exiliado en Francia. Tenía 12 años y en aquella odisea hasta los Alpes me acompañaba una chica de 18 años. A la frontera nos llevó mi madre en coche –recuerdo que había mucha expectación en el ambiente– y dijo que igual no nos dejaban pasar. 1975 estaba siendo muy turbulento con un Estado de excepción en abril, movilizaciones, detenciones, condenas a muerte..., se respiraba cierto ‘suspense’ en el 850 de mi madre, una joven de 32 años.
MIKEL EZKERRO
Investigador vasco desde la diáspora argentina
Ese día yo estaba en Buenos Aires. Escuché por la radio la noticia. Aquí en Argentina, gobernaba María Isabel de Perón. ¡Había hasta franquistas en el gobierno! Lo de Franco era crónica de una muerte anunciada cuando Franco parecía eterno. Era una situación de incertidumbre. Yo lamenté que en ese mismo año desaparecieran Euzko Deya y Tierra Vasca. Esta última, Eusko Lurra, la hacíamos mi mejor amigo, Pedro Mari Irujo Ollo, y yo, hasta que retornó a Iruñea para cuidar a su hermano Manuel, veinte años mayor. No se sabía qué iba a ocurrir. Si volvería Don Juan. Pero la monarquía estaba instaurada: Juan Carlos era un producto de Franco. Recuerdo como patética la comparecencia en la tele de Arias Navarro diciendo lo de: ‘Españoles, Franco ha muerto’. Actuando como muy trágico. Los españoles son así. El Opus parecía que se iba a hacer con todo, como ya en Navarra eran dueños de la cosa. Franco había muerto, pero el franquismo no. Un ejemplo fue Suárez, que se quitó la camisa azul de Falange y vistió una blanca muy bien planchada de demócrata. Mi madre prometió que no volvería a Euskadi hasta que Franco muriera. Y entonces, esta emakume no afiliada, pudo hacerlo. Y lo hizo.
MIKEL-TAR ORRANTIA DÍEZ
Militante del colectivo libertario Askatasuna
Más allá de si murió el día del anuncio oficial u otro anterior, que para el caso carece de relevancia, a mí me pilló en el exilio en Bruselas, en estado de buena esperanza. ¡Llevábamos tanto tiempo esperando la desaparición del dictador y su régimen! En mi análisis de la situación española, el régimen, tal como estaba diseñado y operando en el tardo franquismo, no se sostenía más, necesitaba un ‘aggiornamiento’ democrático ad hoc, que de hecho estaba siendo preparado en las altas esferas del capitalismo hispano, europeo y estadounidense. Nuestro grupo de amigos y militancia libertaria Askatasuna en Bruselas, organizamos una cena en nuestra casa, descorchamos cava y brindamos por el pronto regreso a casa en Euskadi. Fue una larga noche de debates, canciones y emoción a raudales… Ese es mi recuerdo. En junio del año siguiente, 1976, pudimos regresar a casa con una precaria pre amnistía (Fraga/Bandrés), un salvoconducto que nos haría pasar por tramites cuarteleros y otros, pero el exilio había terminado.