Se dice que el árbol más antiguo de la ciudad de Buenos Aires llegó desde muy lejos para echar raíces en aquellas tierras australes. Se trata de un gomero, uno de los nombres comunes para referirse a la especie oriental Ficus elástica. Algunos creen que llegó desde la India a finales del siglo XVIII para ser plantado en los terrenos que Martín José de Altolaguirre, hijo del guipuzcoano Martín José de Altolaguirre Garmendia, poseía en el actual barrio porteño de Recoleta. Hoy se lo conoce como el Gomero de la Recoleta y alcanzó proporciones colosales, con una base de casi diez metros, una copa de cuarenta metros de altura y ramas que superan los treinta metros. Una de esas pesadas ramas está sostenida por un atlante que fue realizado por el escultor uruguayo Joaquín Arbiza Brianza con 250 kilos de partes de automóviles. Los entendidos sostienen que otros árboles de esta especie que hay en los alrededores son retoños de este gigante.
A tan solo quinientos metros, un árbol vasco se erigió sobre el suelo de la Recoleta, doscientos años después de la llegada de aquel gomero a la Argentina. Sin embargo, sus raíces habían empezado a arraigar 55 años antes, en 1942, cuando un grupo de exiliados llegó al puerto de Buenos Aires luego de una auténtica odisea. De un barco repleto de ilustres pasajeros, que incluía destacados políticos e intelectuales vascos y al propio ex presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, descendía un jovencísimo Nestor Basterretxea junto a su familia. Sin embargo, el éxodo de Nestor se había iniciado seis años antes, cuando abandonó su Bermeo natal con solo doce años.
París, punto de partida
La familia Basterretxea se vio forzada a exiliarse a Francia en 1936 a causa de la guerra civil. Su padre, Francisco Basterretxea Zaldívar, era un político destacado del Partido Nacionalista Vasco y, al poco tiempo de la huida, fue llamado para incorporarse a la Delegación de Gobierno Vasco en París. En la “ciudad de la luz”, el joven Nestor, que empezaba a experimentar con la pintura de manera autodidacta, contempló la monumental pintura que el Gobierno de la Segunda República había encomendado a Pablo Picasso para el pabellón español de la Exposición Internacional de 1937. El enorme cuadro era un símbolo de la brutalidad del bombardeo que había reducido a escombros la ciudad histórica de Gernika, a solo veinte kilómetros de su hogar bermeano. El emblemático árbol de esta villa foral, aquel viejo roble representativo de las libertades vascas y testigo de la destrucción y la muerte, se volvería un motivo recurrente en su producción artística.
Llegado el año 1940, la Francia ocupada por los alemanes ya no era un lugar seguro para los exiliados. Entonces comenzó aquella fuga temeraria que, luego de navegar en tres barcos, ser confinado en dos campos de concentración en África, amarrar en ocho puertos y tener un peligroso encuentro con un submarino alemán, lo llevó a Buenos Aires a sus dieciocho años. El éxito de esta travesía fue posible gracias a los esfuerzos de diversas asociaciones de ayuda a los exiliados en México, Venezuela y Argentina, donde el propio presidente Roberto M. Ortiz Lizardi, descendiente de vascos, había firmado un decreto que permitía el ingreso de los vascos sin documentación y solo con el aval del Comité Pro-Inmigración Vasca. El periplo de este grupo de refugiados fue seguido por el periódico Eusko Deya de Buenos Aires y la noticia de su llegada ocupó toda una edición del órgano de prensa de la Delegación Vasca en Argentina, que se hizo eco en los principales periódicos locales.
Durante los once años que Nestor Basterretxea vivió en Argentina, orientó todos sus esfuerzos a cultivar la vocación que había descubierto cuando era poco más que un niño. Para esto contó con la ayuda incondicional de los vasco-argentinos que lo habían recibido, que promovían y celebraban públicamente cada uno de sus logros. El recién llegado ingresó a trabajar como dibujante publicitario en la multinacional suiza Nestlé, gracias a la ayuda del médico republicano donostiarra José Bago. Pronto se convirtió en uno de los principales ilustradores de la colectividad vasca, trabajando siempre junto a otro pintor bermeano con mayor trayectoria: Félix Muñoa. También fue un prolífico ilustrador de libros, iniciando este oficio con París abandonada, que José Olivares Larrondo Tellagorri había terminado en el Alsina, el primero de aquellos barcos que inició el éxodo desde Marsella hacia Casablanca.
Saski Naski, en Argentina
El mayor despliegue de sus capacidades artísticas sobrevino con la agrupación Saski Naski, que buscaba renovar en Argentina el espíritu del grupo folklórico guipuzcoano que había existido hasta 1936 con el mismo nombre. El coreógrafo Luis Mujika era el director del Saski y el Padre lateranense Francisco Madina realizaba los arreglos musicales. Basterretxea y Muñoa estaban a cargo de las escenografías, carteles y programas. Pero la participación del joven Nestor no se limitaba a la plástica. Fue también uno de sus dantzaris, destacando como el zamaltzain de la mascarada suletina.
Asimismo, Basterretxea buscó insertarse en el campo artístico local y formalizar su educación artística. Obtuvo su primer gran logro a los veintidós años, cuando consiguió la Beca Altamira para Artistas Nóveles, que le permitió estudiar durante tres meses con el célebre pintor argentino Emilio Pettoruti. Esta beca era otorgada por la Escuela Libre de Artes Plásticas Altamira, de tendencia vanguardista, que había sido fundada por el crítico e historiador del arte Jorge Romero Brest, el escultor Lucio Fontana y el pintor Jorge Larco. También estudió para aparejador en los cursos nocturnos de Construcción Municipal del Instituto Industrial Huergo. Mientras tanto, exhibió sus pinturas en exposiciones colectivas y las presentó en diversos salones de arte, hasta que en 1949 fue finalmente consagrado con el Premio Único a Extranjeros en el Salón Nacional de Artes Plásticas de Argentina por la obra Carnaval en Río Negro, en la que aparece un personaje con la indumentaria característica del zamaltzain. Un año después, realizó su primera exposición individual en la Galería Peuser de Buenos Aires, donde exhibió un vía crucis y una docena de dibujos a lápiz, inspirados en el expresionismo tenebrista de Gutiérrez Solana y el muralismo mexicano, que caracterizaron sus imágenes sobre los horrores de la guerra durante la etapa argentina.
En Buenos Aires, por esos años, Basterretxea conoció a dos de las personas que marcaron su vida. Por un lado, a su esposa, la argentina descendiente de vascos María Isabel Irurzun Urquía, con quién regresará a Euskal Herria en 1953 con motivo de su viaje de novios. Por otro, al escultor Jorge Oteiza, que había llegado a la capital argentina en 1935 y se embarcó en una travesía por el continente americano que finalizó en 1948. Su encuentro con Oteiza fue el origen de un largo vínculo de amistad y colaboración artística que inició con los trabajos en la nueva basílica de Aranzazu, al regreso de Basterretxea a su tierra natal.
Los paisajes del ‘pibe’
Una actividad constante de Nestor desde que desembarcó en Buenos Aires fue salir a pintar sus paisajes junto a un excéntrico amigo, el pintor Luis Gowland Moreno. Tal vez haya sido en una de esas excursiones urbanas que dibujó las imponentes raíces del gomero de la Recoleta, sin saber que medio siglo después sería vecino de su propio árbol que, al igual que aquel gomero, había sido trasplantado luego de un largo viaje para robustecer sus raíces en una tierra generosa con sus inmigrantes.
Poco sabía el pibe Nestor que llegaría a corresponder esa generosidad obsequiándole una monumental escultura luego de haberse consagrado como un artista de trascendencia internacional. Y que, además, no realizaría este homenaje en solitario, sino como representante de un sentimiento colectivo de gratitud del pueblo vasco hacia la Argentina. Porque el árbol de hierro emplazado en el Parque Thays de Buenos Aires fue una donación de la colectividad vasca de Argentina, el Gobierno Vasco y el propio Basterretxea al país que acogió a miles de vascos a lo largo de su historia.
Esta escultura se inauguró el 9 noviembre de 1997, dentro del marco de la Semana Nacional Vasca que se celebró en Buenos Aires, con la presencia del lehendakari José Antonio Ardanza y el Jefe de Gobierno de la Ciudad, Fernando de la Rúa. En su discurso inaugural, Basterretxea presentaba su árbol como una “alegoría de la troncalidad poderosa y fértil de tantos vascos, que hundiendo en esta tierra sus raíces más vitales, hicieron posible que los tiempos de cada generación transcurrieran en una historia de libertades, de trabajo bien cumplido y de fe ilusionada con la nueva Patria”.
La escultura se inauguró y se presentó en la prensa como El Árbol de Gernika. Otro retoño de aquel roble histórico, entre tantos que se dispersan por los territorios argentinos con presencia vasca. Sin embargo, hoy se la conoce simplemente como El Árbol. Aunque para la colectividad vasco-argentina siempre se llamará como reza la placa en la base que la sustenta: Euskaldunok Argentinari / Los vascos a la Argentina.
Las autoras: Edurne Crespillo Canz y Alfonsina Leranoz
- La autora Alfonsina Leranoz (Chivilcoy, Argentina). Historiadora del Arte (UBA). Doctoranda de Historia (UNSAM – UPV/EHU). Integrante del Centro de Investigaciones en Arte y Patrimonio (CONICET - UNSAM) y del Grupo de investigación consolidado del Sistema Universitario Vasco ‘País Vasco, Europa y América: Vínculos y Relaciones Atlánticas’.
- La ilustradora Edurne Crespillo Canz (Buenos Aires, Argentina). Artista visual (UNA). Ilustradora y acuarelista. Biznieta del pintor vasco exiliado en Argentina Juan de Aranoa y Carredano.