De orígenes genealógicos en Ea, Bermeo y Mundaka, Lorenzo José Anasagasti Angulo, de 72 calendarios, es un ejemplo de descendiente de vascos que triunfa en el mundo de la ciencia, por ejemplo, en el campo de la oncología, con varios premios de la Academia de Ciencias de Cuba, donde nació, y resultados introducidos en aquel sistema nacional de salud. Además, el país caribeño desarrolló sus propias vacunas contra el covid-19 “basadas en plataformas ya desarrolladas y que, en nuestro caso, no han dado ningún problema”, diferencia a DEIA en un momento en el que son de rabiosa actualidad.

Oncólogo y docente de la Universidad de La Habana, es además familiar de un histórico capellán de gudaris de la Guerra Civil como fue Carlos Anasagasti y Zulueta, sacerdote de los batallones nacionalistas Muñatones y Avellaneda, del PNV.

El abuelo de Lorenzo se llamaba Galo Anasagasti Erkiaga y muy joven, antes de los 16 años, decidió dejar su amada tierra atrás y buscar Cuba en el horizonte salino. Llegó a la bahía de Matanzas en 1903 y acabó afincando su residencia en América en Caibarién, ciudad puerto ubicada en la zona central de la isla, perteneciente a la provincia de Villa Clara. Abrió una ferretería en asociación con otros vizcainos y se dedicó al gremio toda su vida. “Fue a Cuba porque ya tenía familiares allá y, además, para no tener que servir a un rey español”, pormenoriza quien ha visitado por segunda vez Euskadi –la primera en 1995– y continúa de vacaciones en Madrid donde su hija está buscando abrirse camino en el mundo de la danza y coreografía.

Detalla una muy curiosa anécdota. “En Cuba tengo el acta de desembarco de mi abuelo en la ciudad de Matanzas a primeros de 1900. En aquel tiempo, el capitán de barco era un importante funcionario de migración y el documento con el nombre del navío y firma del capitán eran la base del registro migratorio. Aclaro esto precisando fechas, porque en 1910, el cometa Halley se acercó a la tierra y la bisabuela envió una carta de despedida desde Euskadi y un retrato de ella al carboncillo porque creían que con el paso del cometa sería el fin del mundo. Mi abuelo atesoraba esa carta”.

Este habanero guarda con evidente cariño todo aquello que sus ancestros vascos llevaron a cabo, fuera su aitite Galo o los sacerdotes Carlos o Justo Anasagasti. En su paso por Bilbao ha compartido mesa con la familia homónima, de, por ejemplo, el exsenador Iñaki Anasagasti. “De ambas partes estamos seguros de formar familia mediante los vínculos con los sacerdotes franciscanos y los rasgos físicos, actuales y con fotos añejas. Fue un bonito encuentro, como ya ocurrió también en 1995 cuando yo estaba becado para entrenamiento científico oncológico en Nantes, Francia, y pude venir desde allí, gracias a unas gestiones que llevaron a cabo con personal de París. Me consiguieron un visado de cortesía, por lo que siempre estaré agradecido”, enfatiza Lorenzo.

El vínculo de los Anasagasti

Galo, aunque llegó casi aún adolescente a Cuba, siempre mantuvo tradiciones vascas en la familia. “Solíamos reunirnos toda la familia Anasagasti radicada en Cuba una vez al año, quizás como referencia de la Navidad en Euskadi. Él acabó siendo el patriarca de la familia. Un hombre muy correcto de marcados sentimientos nacionalistas tanto para el País Vasco como para Cuba. Ese día, sentados a la mesa, todos los nietos iban pasando uno a uno a su lado. Yo fui, de ellos, siempre el más cercano a su persona”, subraya.

Con frecuencia les hablaba de su tierra de origen y de tradiciones como matar el cerdo y hacer embutido en su caserío. El propio apellido euskaldun les ha llevado a vivir curiosos momentos. “En una ocasión una paciente que atendía en consulta me dijo que la persona que me enseñó a leer y escribir fue un cura llamado Justo Anasagasti. Por otro lado, Monseñor Carlos Anasagasti también estuvo en Cuba visitando a mi abuelo y lo conocí ya anciano en Bermeo en casa de familiares Anasagasti”, en referencia al histórico capellán de gudaris que, en el exilio, fue nombrado administrador apostólico de la Misión del Departamento del Beni, una de sus regiones más pobres de Bolivia, en 1951.

Supieron de otro portador del apellido en Antillas Holandesas. “Cuba fue organizadora de los Juegos Panamericanos y en el equipo de béisbol había un deportista llamado Renato Anasagasti, hijo de Silvestre, marino vasco que se había quedado a vivir en aquellas islas. Anasagasti es un apellido muy viajado”, valora.

“Mi abuelo Galo nunca volvió a pisar suelo vasco. Sentía mucho dolor por viajar a Euskadi, no quería revivir la Ea de la que salió siendo joven”. Aquel hombre contrajo nupcias con la cubana Estela Caso y tuvieron cuatro hijos: Galo, Ilda, José –padre de Lorenzo- y Carmen. “Mi tía Ilda murió muy joven y la recuerdo enferma de cáncer. Yo, de mayor, fui oncólogo, pero no por eso; yo siempre desde los cuatro años había tenido interés por la medicina”. Desde todo momento, además, ha sentido “orgullo por tener sangre vizcaina. Mi abuelo me hablaba de ello, de que los vascos eran personas de palabra y carácter recto, que entre vascos no se hacían contratos, de la sangre del Golfo de Bizkaia, y de su amor por la bandera, por la ikurriña, de la que tenemos fotos, como de Monseñor Carlos Anasagasti con la bandera”, enumera quien asegura haber tenido una formación muy heterogénea. “Comencé en una escuela presbiteriana, por razón puramente pedagógica. Luego, continué en Maristas, incluso como monaguillo. De allí, los sábados iba al catecismo de la iglesia bautista. Sin embargo, la vida me llevó al pragmatismo”, sonríe quien conoció años atrás la presencia de miembros de ETA que se refugiaron en el país antillano.

Lorenzo señala que siempre ha sentido “interés por el país de mi abuelo Galo”. En su primera visita hace casi 30 años, se quedó enamorado por la geografía, sus gentes y por el clima, aunque vivió una excepción en esto último. “Recuerdo que cuando volvía en tren a Nantes, el locutor de radio decía que había habido diez días consecutivos de cielo azul y que eso no era habitual en el País Vasco. Pues bien, a mí me tocó esa suerte”, vuelve a sonreír este oncólogo que aportó conocimientos a las vacunas contra el covid-19 que Cuba fabricó para frenar la pandemia.

La ciencia

“Yo soy un iconoclasta”, se define como profesional médico y docente universitario que niega y rechaza la autoridad de maestros, normas y modelos. “Soy un hereje en la medicina. No apoyo lo establecido. Mire, hay que estudiar y llegar al fondo y obtener nuevos conocimientos; porque la industria farmacéutica financia la ciencia y la conciencia. La información de las empresas farmacéuticas, en gran parte es propaganda”, estima este apasionado cicloturista y concluye: “Por ello, a diferencia de las otras vacunas, la cubana se basaba en plataformas de otras ya desarrolladas. Nos las pusimos, incluso a niños, y no ha habido complicación alguna. Otras las lanzaron sin darles tiempo a saber cómo iban a sentar a la población, sin ensayos clínicos completos. Son laboratorios que anteponen el beneficio económico, el dinero, a las personas”, glosa el profesor en activo de la Universidad de la Habana y del Instituto de Oncología y Radiobiologia, Facultad de Ciencias Médicas Hospital Fajardo.

Este reconocido oncólogo no ha trabajado en el desarrollo de las vacunas cubanas contra el covid; pero sí en las indicaciones de estas a los pacientes oncológicos y en la evaluación de resultados y conocimiento de eventos adversos asociados. “He trabajado en el desarrollo de tratamientos innovadores contra las enfermedades malignas, ensayos clínicos de cáncer y últimamente en la inmunoterapia del cáncer de piel para pacientes que ya han agotado otras opciones de tratamiento, empleando el HeberFERON, producto de la biotecnología cubana, con muy buenos resultados, mejores y a menor costo, en comparación con otros medicamentos al uso para este mismo fin empleados en Europa”, concluye el nieto de Galo Anasagasti.