Azul, el color que alumbra el cielo. Azul, el color que se hizo un sitio en las calles de Miranda del Ebro, una localidad adornada con los distintivos de su equipo, que, al igual que el Amorebieta, se jugaba la vida. Una partido para no fallar, como no falló la afición zornotzarra, que agotó a las primeras de cambio las apenas 400 entradas que llegron a la sede del club presidido por Jon Larrea. Fue un medio millar de seguidores azules lo que pudieron acceder al recinto burgalés, aunque varias decenas más se quedaron al final sin papel para presenciar el partido in situ. Un partido que arrancó 75 minutos antes de que el colegiado decretara el pitido inicial, cuando el autobús del equipo vizcaino arribó al estadio, recibido por los cánticos de su gente (“Sí se puede”), el primero de los miles de alientos que sucedieron con el transcurrir de los minutos de un duelo en el que el fondo azul no cesó en su empuje pese a ser minoría en las gradas repletas de Anduva. 

Fue una fiesta con final amargo. El empuje de la afición vizcaina no fue suficiente para que los de Jandro Castro firmaran la hazaña de evitar el descenso a Primera RFEF en el infierno de Anduva, donde los casi 5.000 seguidores del Mirandés sí disfrutaron de una tarde redonda para sus intereses y que, al mismo tiempo, despidieron a los jugadores del Amorebieta con una llamativa ovación. Deportividad por encima de todo. Y los azules lo prometen: “Itzuliko gara”. Que así sea.