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Un pueblo de la talla de un gigante

El legendario Victor Hugo, aquel escritor que demostró conocer al hombre como nadie en su inmortal obra, Los miserables, dejó escrito que no existen países pequeños. "La grandeza de un pueblo", dijo, "no se mide por el número de sus componentes, como no se mide por su estatura la grandeza de un hombre". Aquellas palabras del genio francés sobrevolaban ayer San Mamés, donde el irrintzi de todo un pueblo alentó a la Euskal Selekzioa para que remontase, contracorriente, el fútbol macho de la selección de Venezuela, el viejo combinado vinotinto, camiseta al que la leyenda atribuye un origen singular: sale de la mezcla de los colores la bandera tricolor del país caribe: azul, amarillo y rojo.

Sobrevoló, digo, tres años después de hacerlo por última vez. Y lo hizo para recordarnos que el fútbol es arado antes que cañón, campo de siembra antes que campo de batalla. Es verdad que están de más la pólvora y las bengalas (quien sabe; tal vez fuese un homenaje al histriónico Hugo Chávez y su afamada frase de ¡aquí huele a azufre! al paso de George Bush...); es cierto que sobra la invasión de césped de los bárbaros atilas y los estragos del alcohol. ¡Así no! Pero también lo es que la ausencia no trajo consigo el olvido y que las cuarenta mil gargantas que ayer jaleraron San Mamés ponen sobre la mesa una palabra: ofizialtasuna.

La alegría cruzaba de calle a calle, saltaba de balcón a balcón desde primeras horas de la tarde. Bilbao era una fiesta horas antes del partido que tuvo un hermoso desenlace deportivo. Testigos de todo ello fueron los diputados generales de Bizkaia y Gipuzkoa, José Luis Bilbao y Markel Olano, ataviados con la bufanda de DEIA en el palco de La Catedral (tapémonos los ojos para esquivar los rigores del protocolo; la ocasión lo pedía...); Andoni Ortuzar y Gotzon Bilbao, quienes vivieron el partido con intensidad, Edurne Galarraga, Jon Urdangarin, Niko Mendizabal, Irati Díaz, Dabid Etxebarria, María Astigarraga, Garazi Díaz, Maitane Lamikiz, Uxue Iriondo y Pedro Gondra; la consejera Blanca Urgell, que llegó como el rayo para guarecerse en el palco, Iñaki Mujika, la diputada de Cultura, Josune Ariztondo, Laurentzi Gana, Iñaki Gómez Mardones, Santiago Arostegi, el director de DEIA, Iñigo Camino, la triatleta Virginia Berasategi, acompañada por Björn Glasner, Aitor Larrazabal, Xabier Basañez, Julio Garaizabal, Juan Manuel Delgado, Eduardo Maiz, Jabo Irureta, Patxi Allende, Patxi Mutiloa y un sinfin de seguidores que vivieron el partido como si una descarga eléctrica hubiese alborotado el hondón del alma de casi todos los presentes.

En el exterior del estadio una carpa recordaba que no es fiesta todo lo que reluce. Bajo el lema Sahara askatu un grupo de voluntarios recogían firmas y hacían correr la información. Calle arriba, la afición subía en tropel, canción arriba, canción abajo. Un grupo de venezolanos -José Gregorio Mendoza, Julio César Martínez, Alejandro Casanova y Marita Alonso- jaleaba a la vinotinto. Por las voces que daban parecían llevar la camiseta interior de idéntico color. Maite Astigarraga, Cristina Aranguren y Alazne Etxeberria pisaban por primera en su vida San Mamés; vestían camisetas txuriurdin y confesaban sentirse emocionadas. No eran los únicos en sentir ese relámpago de agitación y euforia. Imangino que algo semejante sintieron Sofía y Amaia Garay, descendientes directos del gran Jesús Garay, aquel mariscal de campo que cruzaba San Mamés de área a área; Jon Osande, Olatz Ramírez, los pequeños Aimar Villar y Ane Osande, José Luis Larrea, Aitor Mujika, Mikel Aiestaran, Thierry Bordaberri, recién llegado de Zuberoa con indisimulado orgullo, Javier Elorrieta, quien jaleó el saque de honor de Joseba Etxeberria, Aitor Mendibelzua, Gorka Markaida, Iñigo Zulueta, Mikel Ozerinjauregi, Bingen Gartzia y así hasta cubrir las gradas de San Mamés con el manto de la emoción.