La vida sigue igual en Galicia, pero algo menos. El PP espantó la posibilidad de vuelco y logró el propósito de retener la Xunta pese al empuje soberanista del BNG y al ascenso de la participación (67,27%, 18,3 puntos más que en 2020), favorecido principalmente por el descalabro socialista en unas elecciones de marcado tinte estatal que permiten a Alberto Núñez Feijóo reforzar su discurso combativo contra el Gobierno de Pedro Sánchez.
Alfonso Rueda, durante largos años escudero del líder de Génova y relegado a un segundo plano incluso en estos comicios, revalidará su bastón de mando, que recogió tras la espantada a Madrid de su antecesor, aunque consciente de lo difícil que se le ha presentado esta convocatoria con las urnas y sintiendo en su espalda, aunque aún no en el cogote, la prominente figura de Ana Pontón, erigida en la sensación de una posible alternativa que se quedó con el buen sabor del notable incremento nacionalista pero con el poso agrio de no haber podido culminar el 'sorpasso', en buena medida por el mencionado fiasco del PSdeG, con un trasvase de papeletas que hizo imposible morder en el nicho conservador. Qué decir de las formaciones más a la izquierda. Si los ultras de Vox se quedaron nuevamente fuera del Parlamento gallego, donde entró Democracia Ourensana; los guarismos de Sumar y Podemos -los morados, la nadería más absoluta-, por detrás de la extrema derecha, son de echar a comer aparte y lastraron al espectro progresista, que concentró todas sus esperanzas en el Bloque.
25 escaños alcanzó el BNG (seis más que hace cuatro años), reunificado gracias al proyecto emprendido por Pontón y que devoró todo lo que asomaba por su carril, y es que recogió las papeletas que se fueron dejando los socialistas a modo de vasos comunicantes, pero reforzó todavía más su papel como gran líder de la oposición y única opción sólida de futuro para un día sentarse en el trono de San Caetano con su talante transversal, incluyente y apoyado en un programa de cariz eminentemente social no exento de demandas de autogobierno. Lo que se palpaba en la caravana electoral del Bloque Nacionalista se cumplió, con un gran triunfo en la ciudad de Vigo, la del populachero alcalde Abel Caballero, doblando en votos al PSdeG.
El PP notó el desgaste de la falta de un líder carismático y se atoró en los 40 escaños (dos más de los que marca la mayoría absoluta y dos menos que en 2020). Envuelto en la primera parte de la campaña en el discurso monocorde de la amnistía y queriendo sacar partido mientras miraba para otro lado ante las algaradas callejeras contra el Ejecutivo, los populares tiraron de todos los señuelos posibles para desgastar a su rival, hasta el punto de verse los últimos días en la tesitura de agitar el fantasma del “filoterrorismo” para remendar los jirones que se fue marcando a lo largo de las semanas, entre los dislates de Feijóo, el off the record de sus conversaciones con Junts o el autoborrado de su candidato, una figura sin el glamour de sus predecesores, en los debates electorales después de una errática gestión en la crisis de los pellets. Tuvo que encender su maquinaria a la enésima potencia, incluyendo el anuncio de subvenciones a los marineros y al personal sanitario, para formar un muro de contención ante la avalancha nacionalista, tirando de su fortaleza como organización hasta que Rueda respiró tranquilo.
En el PSdeG tenían asumido de antemano que no iba a ser su noche y José Ramón Gómez Besteiro, el candidato -también gris- aupado por Sánchez, se escudaba en poder ejercer de muleta del cambio. Ni de lejos. Los socialistas cosecharon su peor resultado histórico (9 escaños, bajando cinco) y a buen seguro que supondrá un toque de atención para los planteamientos del propio presidente del Gobierno español, que ve cómo el acercamiento a los nacionalismos periféricos le sirve para formar mayorías pero a costa de ceder parcelas de poder a espuertas y con las elecciones vascas y europeas a la vuelta de la esquina. Ni las pullitas de Zapatero bastaron esta vez para rearmar a su tropa, derrotada desde la casilla de salida, no tanto porque el relato de la amnistía le haya pasado factura en favor del PP sino porque, en clave estrictamente autonómica, su electorado rumia su desencanto aferrándose a la esperanza galleguista del BNG.
En el PSdeG tenían asumido de antemano que no iba a ser su noche y José Ramón Gómez Besteiro, el candidato -también gris- aupado por Sánchez, se escudaba en poder ejercer de muleta del cambio. Ni de lejos. Los socialistas cosecharon su peor resultado histórico (9 escaños, bajando cinco) y a buen seguro que supondrá un toque de atención para los planteamientos del propio presidente del Gobierno español, que ve cómo el acercamiento a los nacionalismos periféricos le sirve para formar mayorías pero a costa de ceder parcelas de poder a espuertas y con las elecciones vascas y europeas a la vuelta de la esquina. Ni las pullitas de Zapatero bastaron esta vez para rearmar a su tropa, derrotada desde la casilla de salida, no tanto porque el relato de la amnistía le haya pasado factura en favor del PP sino porque, en clave estrictamente autonómica, su electorado rumia su desencanto aferrándose a la esperanza galleguista del BNG.
Sumar y Podemos: el harakiri
En el diván de los batacazos dormitó también Sumar. Sin representación en su propia tierra (no firmó ni el 2% de los votos), Yolanda Díaz se ve empujada a la reflexión. Mandó a Galicia a la que escogió como su portavoz en el Congreso, Marta Lois, y vistos los derroteros nadie sabe si lo hizo para echarla al despeñadero a conciencia teniendo en cuenta que la vicepresidenta segunda apenas se dejó ver en campaña más allá de un par de apariciones.
Las decisiones internas, e incluso dentro del propio Ejecutivo, que ha ido adoptando en los últimos meses no solo han provocado que la marca no se estabilice sino todo lo contrario, a poco más de tres meses de dirimir la cita continental, donde el duelo con Podemos se presenta más personalizado y reñido, toda vez que la formación morada apenas entraba en liza en esta convocatoria autonómica, lo cual no supura tampoco su descalabro, flirteando en votos con el Partido Animalista y firmado un ridículo propio de una sigla en extinción, con el 0,25% de papeletas. Las mareas, aquel conglomerado que capitalizó la ilusión de la izquierda rupturista, han terminado devoradas por las mismas guerras bizantinas que han ido minando este espacio.
En la órbita de la derecha, Democracia Ourensana, la marca del controvertido Gonzalo Pérez Jácome, actual alcalde de la ciudad, rascó el asiento por el que pujaba, sin ser eso sí determinante, mientras que Vox se diluyó como siempre por estos lares. O lo que es igual, el PP pudo concentrar otra vez ese voto útil para que en Galicia nada cambie. O, al menos, solo un poco. O de momento. Extrapolar el 18-F a la política del Estado será otra historia.