EL debate suscitado por el plan de ahorro energético anunciado por el Gobierno español tiene el riesgo de deslizarse hacia un pulso ideológico y político donde lo fundamental, la eficiencia energética, parezca quedar aparcado en un segundo plano. Las medidas del gabinete de Pedro Sánchez están movidas indudablemente por la voluntad de apuntar en esa dirección pero también por una premura que conlleva el vértigo de confundir celeridad con improvisación. En este caso, esa celeridad ha venido marcada por la falta de conocimiento de la situación real y diferencial del consumo, la eficiencia y las necesidades energéticas en los diversos escenarios del Estado. No es equiparable el consumo necesario en la industria electrointensiva que el confort en un centro comercial. Como no es comparable el margen de eficiencia aplicado por las diferentes administraciones autonómicas en Madrid que en Galicia o, sin ir más lejos, Euskadi o Nafarroa. En el caso del Gobierno vasco, parece haberse pretendido situarle en el mismo nivel de oposición a las medidas que el desafío de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. No hay, sin embargo, en la reflexión conocida del Ejecutivo de Urkullu ninguna posición ideológica ni de pulso al Gobierno pero sí un especial interés por señalar los aspectos que debieron haber sido tenidos en cuenta en la elaboración de esas medidas en lugar de la tabla rasa con independencia de las realidades energéticas diversas. En el caso concreto de Euskadi, está en estos momentos en vigor el plan de Transición energética y Cambio Climático 2021-24 y definida y en aplicación la Estratégica Energética Euskadi 2030 tras haber alcanzado cotas de eficiencia de hasta un 50% con su predecesor, el 3E2020. Los objetivos y actuaciones en materia de energías renovables, reducción de la dependencia de combustibles fósiles, ahorro y eficiencia en el consumo industrial y doméstico son, en líneas generales, más ambiciosos que los fijados en la Unión Europea. En este contexto, la iniciativa del Gobierno español merece ser valorada pero también sometida a contraste con la realidad, algo que ha faltado en la fase de definición. Incidir allí donde más ineficiencias existen y no pretender solaparlas con la estadística de quienes tienen sus deberes hechos. El punto de encuentro es el equilibrio.