Un total de 3.743 eran, a 31 de diciembre de 2024, las sociedades inscritas en el Registro de Cooperativas de Euskadi. Dan trabajo a 62.355 personas en la CAV, lo que supone un 5,7% el empleo total y un 11% del vinculado al sector industrial. Son cifras que reflejan a las claras el importante peso que tiene en la economía vasca su movimiento cooperativista, convertido en referencia internacional, especialmente por la aportación de Corporación Mondragon, considerada unánimemente como la cooperativa industrial más grande del mundo. La filosofía de este modelo empresarial, basada en valores como la corresponsabilidad y la participación igualitaria, choca de lleno con la voracidad de una economía global especulativa manejada por grandes fondos de inversión para los que solo existe el Ebitda. Sin embargo, en un mundo hostil, las cooperativas son un caso de éxito. Y en Euskadi, algo más. También una tabla de salvación para proyectos empresariales de otro tipo que no tienen viabilidad. Este ha sido el caso recientemente de Ternua, marca cabecera del otrora pujante Ternua Group, que el pasado mes de junio presentó concurso de acreedores. La división de equipamiento de montaña ha sido salvada de la quema tras su adquisición por una cooperativa que otorgará una segunda oportunidad a este emblemático proyecto.
El grupo Ternua, que en 2017 llegó a facturar 37 millones de euros, cerró el ejercicio de 2024 con una deuda de 16 millones y 180 empleados en nómina. Tras abrirse en junio el proceso concursal al que se vio abocado, se centró en intentar dar salida a las diferentes razones comerciales que convivían bajo su paraguas. Lo ha logrado con tres de ellas y solo le queda por resolver el futuro de la histórica marca de ropa deportiva Astore. Loreak Mendian fue la primera que logró salvar, vendiéndola por 800.000 euros a Borobitex SL, empresa controlada por uno de los fundadores de la marca, Víctor Serna. Y después fue el turno de Ternua, adquirida por la cooperativa textil Diknua. La filial del grupo Dikar, a su vez integrado en Corporación Mondragon, abonó 1,5 millones de euros por hacerse con la marca de ropa de montaña, que presentaba pérdidas por 3,3 millones. La tercera división de Ternua Group rescatada es Lorpen. Dedicada a la confección de calcetines técnicos, ha sido comprada, con apoyo también del Gobierno de Nafarroa, por Artain25 SL. Y aunque en rigor no se trata de una empresa cooperativa, ya que está registrada como sociedad limitada, no deja de ser un proyecto colectivo que han conformado los 25 trabajadores de la planta situada en Etxalar (Nafarroa) para mantener su modo de vida.
Y es que si bien no es muy habitual, y aún menos en compañías de estas dimensiones, que se creen cooperativas para salvar empresas en quiebra, “sí hay casos”, como apunta Iñaki Nubla, director de Konfekoop, la Confederación de Cooperativas de Euskadi. No obstante, la mayoría de las transformaciones de otro tipo de sociedades hacia el modelo cooperativo se realizan “por conveniencia”. Ocurre a menudo en el movimiento asociativo, como explica Nubla: “Empiezan a dar un servicio en temas sociales, se va profesionalizando, contratan empleados, facturan ingresos, reciben ayudas… Entonces la fórmula asociativa ya no da tantas garantías como una empresarial y adoptan la fórmula cooperativa”. Otra casuística está ligada al cese por jubilación, cuando “el propietario no tiene descendencia y se la oferta a los trabajadores para que se la compren”.
El cooperativismo ha arraigado con fuerza en Euskadi. Las primeras sociedades de consumo nacieron a finales del siglo XIX en Bizkaia vinculadas al boom de la siderurgia, pero el impulso definitivo se lo dio el sacerdote José María Arizmendiarrieta en 1956 al fundar la cooperativa Ulgor. Aquel taller de fabricación de hornillos, convertido más tarde en Fagor Electrodomésticos, fue el embrión de Corporación Mondragon. El primer grupo empresarial de Euskadi es a día de hoy un gigante con una plantilla de unos 70.000 trabajadores en todo el mundo, con cerca de un centenar de cooperativas asociadas que facturaron más de 11.000 millones de euros en 2024 y con plantas en 37 países.
Crecimiento
Más allá de este buque insignia, el cooperativismo vasco en su totalidad es un movimiento floreciente que no deja de crecer. Entre 2021 y 2024, el empleo en este modelo empresarial aumentó en un 9%, con 5.000 puestos de trabajo. Solo el año pasado se crearon en Euskadi 131 cooperativas de la mano de Elkar-Lan (Sociedad para la Promoción de Cooperativas) que generaron 306 empleos. Unas cifras que, con ligeras variaciones, se mantienen estables en los últimos años.
“Difícilmente se va a poder deslocalizar una cooperativa, porque los socios son gente de aquí”
El cooperativismo es, además, un dique de contención frente a la pérdida de control sobre el tejido industrial local que deriva del creciente protagonismo de los fondos de inversión internacionales. “Comprar una cooperativa es prácticamente imposible, difícilmente un fondo de inversión puede cumplir las condiciones para ser socio de una cooperativa. Puede participar como un fondo externo, sin derecho a participar en la gobernanza, o también como socio colaborador, pero nunca puede tener la mayoría del capital”, remarca Nubla. Lo mismo ocurre con la tan temida deslocalización, “precisamente porque los socios son gente de aquí y viven alrededor de la cooperativa. Otra cosa es que tu cliente te exija tener una planta en el extranjero. Allí enviarás un equipo para ponerla en marcha, pero el personal directivo, el know-how y la marca, todo eso estará aquí”.
Doce años desde el ‘shock’
El 15 de octubre de 2013, el mundo empresarial vasco asistió conmocionado a la entrada en preconcurso de acreedores de Fagor Electrodomésticos. Una sensación que se vio agudizada cuando, solo 15 días después, Corporación Mondragon decidió no asistir a la empresa con más dinero de su fondo intercooperativo. De este modo, daba por enterrada a la compañía que en los 50 dio origen al mastodóntico grupo cooperativo. “Aquello se hinchó más de lo que en realidad fue por estar implicada Mondragon”, apunta Iñaki Nubla. El director de Konfekoop cree que, precisamente el que Fagor Electrodomésticos formara parte de un grupo cooperativo como el guipuzcoano hizo que “las consecuencias no fueron tan dramáticas como cuando se cierra otro tipo de empresa. Prácticamente todos sus trabajadores -1.800 en Euskadi- fueron recolocados en otras empresas de Mondragon”, afirma Nubla, para quien aquel cierre “fue muy simbólico, pero no puso en cuestión el movimiento cooperativo”. Hoy en día, sin división de electrodomésticos, el Grupo Fagor reúne a ocho cooperativas de diversos sectores.
Como cualquier empresa, las cooperativas no son inmunes a los avatares de la economía, agitada por los aranceles de Trump. Especialmente afectados se ven sectores como la siderurgia o la automoción. En este último ámbito, hay en Euskadi cooperativas, como Batz o Fagor Arrasate, que son en palabras de Nubla “líderes ocultos”, proveedores punteros de grandes marcas automovilísticas. En su caso, los aranceles se suman a los problemas con la cadena de suministro, los chips, la transición al coche eléctrico… Todo ello “está generando incertidumbre” en las cooperativas del ramo. “Pero no tengo noticias de que estén en una situación peligroso, no hay que ser catastrofista”, remata el director de Konfekoop.
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