¿Decir IDOM es decir innovación?

—Hace algo más de veinte años tuve el privilegio de formar parte del equipo de Estrategia de IDOM. El profesor del IESE, Miguel Ángel Gallo, nos decía que la empresa era como un avión con dos motores: el crecimiento y la innovación. Creo que en IDOM interiorizamos bastante bien aquél consejo. Para nosotros innovación no es sólo buscar de forma proactiva nuevos productos y servicios, que también, si no, además, buscar nuevos métodos y procesos de gestión. Hemos desarrollado programas internos como Innoplace, Gravedad Cero, etc. que van en esa dirección. Creo que IDOM es más que innovación aunque esta sea una parte fundamental de nuestro desarrollo.

Las ciudades del futuro ¿Serán inteligentes o no serán?

—Efectivamente. Aunque lo que para algunas ciudades es el futuro, al que quizá no lleguen nunca, para otras es el presente. Buena parte de nuestros clientes -administraciones municipales- gestionan sus ciudades basándose en el análisis de big data, sensorizando sus calles, recogiendo datos de las tarjetas de transporte, aplicando soluciones inteligentes a la mayor parte de sus responsabilidades, desde la movilidad hasta la recogida de residuos, y ofreciendo a sus habitantes ciudades más sostenibles, más vivibles, adaptadas a sus necesidades.

¿Cómo evolucionan nuestras ciudades?

—Creo que existe una concienciación importante en nuestro entorno más cercano, aunque hay posibilidades de mejora si tomamos como referencia a los campeones mundiales. Afortunadamente, nuestras ciudades son pequeñas si las comparamos con las grandes ciudades del mundo, y eso hace más fácil -no fácil, sino más fácil- su gestión. No es lo mismo gestionar, por ejemplo, la movilidad en Sao Paulo o Jakarta que en Bilbao; y tampoco es lo mismo manejar el presupuesto per cápita de Singapur, ciudad que es pionera en la aplicación de soluciones de este tipo, que el de una ciudad pobre del llamado tercer mundo.

¿Ciudades inteligentes crearán ciudadanía más inteligente?

—Creo que es un binomio que se retroalimenta. Al principio, probablemente son los ciudadanos y los administradores inteligentes los que crean ciudades inteligentes, pero, según profundizas y aplicas soluciones innovadoras, entras en una espiral positiva en la que, al ver los beneficios que obtienes, exiges que se apliquen nuevas ideas que son cada vez más innovadoras.

¿Tiene la vieja Europa capacidad de innovación y competitividad frente a los gigantes asiáticos?

—Claro que sí. Europa sigue siendo uno de los sitios más atractivos del mundo, si no el que más, para vivir y trabajar. Los valores europeos de democracia, igualdad de oportunidades, solidaridad, etc. siguen vigentes y esa es la base de una sociedad más justa. Eso sí, hay parámetros en los que debemos mejorar: la valoración positiva del fracaso, la dignificación de la figura del investigador, de esos chicos y chicas jóvenes y no tan jóvenes que casi no llegan a fin de mes y siguen dándonos una lección de esfuerzo y dignidad. Algunas de las ventajas de Europa pueden convertirse en frenos para generar ese ecosistema innovador. Cuando alguien entiende que puede vivir sin trabajar o que trabajar le va a aportar económicamente más o menos lo mismo que no hacerlo, enfrentamos un grave problema. Yo creo sin duda en esos jóvenes que todos los días se levantan y se esfuerzan por abrirse paso en la vida. Ellos son el futuro y en ellos debemos volcarnos.

¿Y Euskadi?

—Lo que acabo de comentar me parece válido también para nosotros, si bien aquí creo que se está haciendo un esfuerzo especial por parte de las Administraciones y de las empresas.

El hidrógeno verde es la solución para los motores de vehículos y maquinarias pesadas ¿o va más allá?

—Su aplicación es evidente en ese tipo de sistemas y por ello pienso que debemos profundizar en esas soluciones. Pero la propia la investigación irá abriendo nuevos campos. Nadie podía aventurar que el móvil iba a evolucionar como lo ha hecho: ahora mucha gente lo que menos lo utiliza es para hablar. Creo que el hidrógeno verde nos va a aportar soluciones a un amplio abanico de problemas que todavía no somos capaces de adivinar. Estoy seguro que la propia evolución de la investigación irá abriendo nuevos campos de aplicación.

Han recibido varios premios y reconocimientos los últimos meses ¿De cuál se siente más orgulloso?

—Todos los premios son importantes en la medida de que constituyen un reconocimiento a que hacemos bien algunas cosas y es de agradecer. Pero, tras dar las gracias humildemente, intentamos volver a nuestro trabajo. Pensar que ya has llegado es el principio del fin. La autocomplacencia no casa con la gestión empresarial.

¿Cómo ve a IDOM en 2030?

—El futuro puede venir marcado por situaciones que escapan a nuestro control. Ucrania o Palestina no constituyen solamente una tragedia humana, si no que afectan al clima de negocios mundial. Es muy complicado predecir el futuro de IDOM. Pero lo que queremos ser al final de esta década lo tenemos claro: nos gustaría ser esa empresa en la que nuestras personas puedan encontrar un lugar para desarrollarse profesional y humanamente, eso haría que siguiéramos creciendo para poder ser un actor de referencia mundial en algunos campos de la ingeniería, de la arquitectura y de la consultoría. La innovación debe ser una compañera de viaje imprescindible. Probablemente yo ya no estaré al final de esta década, pero las personas de mi generación, las que conocimos esta empresa con menos de 500 personas y ahora la vemos con más de 5000 y en una senda de crecimiento, espero que podamos decir con orgullo que aportamos nuestro granito de arena.