HUBO una época, no hace tanto, que Damian Lillard se consideraba a sí mismo el gran ignorado de la NBA y no eran pocas, en absoluto, las voces que respaldaban esa apreciación. Desde su desembarco en la liga en 2012, el base de los Portland Trail Blazers siempre ha firmado números magníficos y ha exhibido hechuras de gran líder, pero los focos no siempre le han prestado la atención merecida. En 2014 lamentó no figurar en aquella selección de Estados Unidos que ganó el Mundial tras disputar la fase de grupos en Bilbao y dos años después él mismo tuvo que llamar a Jerry Colangelo, máximo responsable de USA Basketball, para ser incluido en la preselección de 30 jugadores de cara a los Juegos Olímpicos de Río porque en primera instancia le habían dejado fuera pese a promediar 25,1 puntos y 6,8 asistencias. Aquel ejercicio, ni siquiera fue elegido para el All Star, tampoco el siguiente pese a sus 27 puntos por cita. Lo suyo llegó a ser un Expediente X, pero hace tiempo que ignorar a Lillard (15-VII-1990, Oakland) es absolutamente imposible, ya que su rendimiento individual no ha parado de crecer y en las últimas semanas ha alcanzado cotas históricas.

Lillard ha anotado más de 45 puntos en cinco de sus últimos siete partidos, lo que le ha valido para ser nombrado mejor jugador de la Conferencia Oeste las dos últimas semanas, mientras mantiene a los decepcionantes Blazers vivos en la lucha por jugar los play-offs por el título (son novenos tras llegar el pasado ejercicio a la antesala de la gran final, quedando apeados por Golden State Warriors). Su extraordinario momento de juego se vio frenado en la madrugada del miércoles en la derrota ante los Denver Nuggets, donde se quedó en 21 puntos con un pobre 8 de 23 en tiros de campo, pero es que lo de los anteriores seis duelos estaba siendo algo estratosférico. No ha sido solo lo mucho que ha anotado (48,8 puntos por encuentro) y el hecho de que en los últimos 20 años solo Kobe Bryant y James Harden habían sido capaces de alcanzar sus 293 puntos en seis partidos, sino la eficacia con la que lo ha hecho: un 54,7% en tiros de campo con un brutal 56,9% (49 de 86) en triples. Además, durante este periodo de inspiración divina, se convirtió en el primer jugador de la historia de la NBA capaz de enlazar cinco partidos de 35 puntos, cinco triples, cinco asistencias y otros tantos rebotes.

La titubeante trayectoria de los Blazers, con lesiones importantes en su juego interior y más vulnerables de lo habitual en su cancha, ha exigido un paso al frente de Lillard y este ha respondido como lo que siempre ha sido: un líder. Su capacidad de echarse el equipo a sus espaldas le viene de una trayectoria trabajada a pico y pala en la que siempre ha tenido que demostrar que era mejor de lo que otros consideraban. Tras su época de instituto en Oakland, no recibió demasiadas ofertas y acabó en la modestísima universidad de Weber State. Lillard permaneció cuatro cursos -en uno de ellos solo jugó diez partidos por lesión- en el centro ubicado en Utah antes de dar el salto a la NBA. Portland apostó por él al elegirle en el sexto lugar del draft de 2012. Rookie del año en 2013 y All Star en 2014 y 2015, durante los dos siguientes ejercicios fue el gran olvidado de la liga hasta que a base de continuidad, liderazgo y grandes actuaciones ha conseguido que sea imposible ignorarle. Como simboliza su gesto marca de la casa cada vez que consigue una canasta importante golpeando con el dedo índice de su mano derecha su muñeca izquierda, la hora de Damian Lillard, el Dame Time, ha llegado.