OS contadores de la pandemia ofrecen a diario un panorama desolador. Todos suben y ninguno se acerca ni por asomo a las cifras reales. Aparte de criterios de imagen política, el porcentaje de la población bajo el control de las administraciones, base de las estadísticas, es muy parcial y lo será más aún en aquellos lugares con una infraestructura sanitaria deficiente, cuando no inexistente. Los ritmos de expansión geográfica del virus y las velocidades o potencialidades de las medidas para combatirlo, son diversos. Al ser un fenómeno global, su desarrollo se atiene a las pautas del orden mundial vigente, refleja con bastante fidelidad el funcionamiento del planeta en que vivimos.

Por ahora resulta muy prematuro, por no decir inútil, establecer en qué momento podrá considerarse superado el impacto de la actual ola de contagios y los científicos advierten de que más adelante, en otoño apuntan, puede haber otra. El fútbol, que no es ajeno a la incertidumbre que empaña cada una de las actividades consideradas como normales hasta hace unas semanas, no permanece quieto. Como corresponde a un ámbito estructurado como un formidable negocio, sus dirigentes transmiten una actividad frenética. Un único objetivo inspira tantas reuniones, consignas, cálculos y recomendaciones: finalizar a toda costa la temporada interrumpida. Es clave para minimizar unas pérdidas que ya repercuten en las cuentas de todos los sectores implicados y que serían insoportables para la mayoría si finalmente es imposible reanudar los campeonatos.

Los organismos que dirigen el fútbol no dejan de elaborar calendarios mientras observan la evolución de los acontecimientos. Van comiéndole fechas al verano. Se dejó de hablar de mayo como el mes de la normalización y junio aparece como el primer escenario viable. Existen hasta tres calendarios diseñados por la UEFA para encajar los torneos domésticos y en uno de ellos las competiciones continentales se trasladan a agosto. No se descarta enlazar este curso con el siguiente, a sabiendas de que los jugadores no están por la labor. Es una manera de meter presión ante la eventualidad de que las fechas se vayan agotando y es que, no se olvide, está pendiente la celebración de la Eurocopa aplazada al término de la campaña venidera.

Lo que sí se da por hecho es que, en la hipótesis de que el balón ruede a finales de junio, los partidos serán a puerta cerrada, con las gradas vacías. Al menos, en las primeras jornadas. Ello implicará que los profesionales se sometan a un régimen especial desde el prisma sanitario, incomparable por su minuciosidad al que opere para el resto de la gente. El futbolista deberá además amoldarse a una puesta a punto física (y psicológica) en condiciones y plazos inusuales, a fin de que pueda asimilar una carga de partidos excepcional. Sus sindicatos exigen que haya 72 horas de descanso entre compromisos, temerosos de que se desate un aluvión de lesiones. Desde luego, el protocolo que en formato borrador publicó LaLiga para agilizar el regreso gradual a la actividad de los equipos, se antoja surrealista, pero en fin.

Uno de tantos conflictos de intereses que plantea la excepcionalidad. Otro a analizar surge estos días de la multitud de negociaciones promovidas por los clubes, tendentes a rebajar gastos. Impera la modalidad del ERTE, aunque haya espacio para los acuerdos de variada gama entre directivas y plantillas. En el Athletic se lo han tomado con calma. Acaso porque la salud económica de la entidad lo permite, ambas partes sostienen que es preferible esperar a conocer el desenlace del embrollo para adoptar una postura que compense el agujero que se vaya a generar y que incidirá básicamente en el resto de los empleados. Para hacerse una idea de cuál es el alcance económico del actual parón o de una posible suspensión definitiva de la temporada, apuntar que la nómina del personal no deportivo del Real Madrid acoge a 800 personas y en la del Betis pasan de las 400.

En el tratamiento de este aspecto concreto y sustancial en la supervivencia de los clubes, no faltan las iniciativas y directrices que alientan el conflicto. Sucede que ni siquiera en mitad de una crisis tan desasosegante hay tregua. Los distintos entes que operan en el fútbol español siguen a la gresca. La confrontación es su estado natural.

Claro que en todas partes cuecen habas. La UEFA, con el apoyo de la ECA (Asociación de Clubes Europeos), no ha esperado ni 24 horas para llamar a capítulo a la Federación de Bélgica, que el pasado jueves tomó la determinación de dar por finalizado su campeonato de liga, al que únicamente le resta una jornada de calendario regular y el play-off, que engloba a los seis primeros clasificados, y, eso sí, mantener la final de la Copa. Aleksander Ceferin ha amenazado con impedir que los representantes belgas participen el próximo año en los torneos europeos.

La resolución de los belgas había suscitado la adhesión inmediata de varios clubes de Holanda, pero la UEFA ha cortado por lo sano apelando a que las competiciones “se decidan en el campo y todos los títulos se otorguen en función de los resultados”. En su comunicado, añade: “Detener las competiciones debería ser el último recurso, tras reconocer que ninguna alternativa de calendario permitiría concluir la temporada. Confiamos en que el fútbol pueda reiniciarse en los próximos meses, con condiciones que serán dictadas por las autoridades públicas”.

Hay muchísimo dinero en juego y se van a apurar todas las opciones. No cabe duda.

Como corresponde a un ámbito estructurado como un formidable negocio, sus dirigentes transmiten una actividad frenética

Si se juega, el futbolista deberá amoldarse a una puesta a punto física (y psicológica) en condiciones y plazos inusuales