bilbao - Bauke Mollema es el hombre que siempre está ahí, pero en el que nadie repara, como esos trajes gris marengo de las bodas. Mollema, con aspecto de contable, un punto sufridor y agonista, no viste pajarita ni raya diplomática. Es una estrella secundaria o un secundario estelar. Por eso, cuando en Civiglio, con el Lombardía convertido en las cuentas de un rosario tras las campanas que llaman al asalto en Madonna del Ghisallo, alteró el paso, elevó el tono y puso decibelios a su ambición, no le tomaron demasiado en serio. El estajanovista Mollema, debieron pensar en el club de los jerarcas, donde revoloteaban Roglic, Valverde, Woods y más tarde, Bernal. El holandés se aleja de la genialidad, de esa clase de tipos que son capaces de garabatear una obra de arte con un par de trazos sobre una servilleta. Mollema es la constancia, el sonido del aspirador, al que uno se acostumbra porque no molesta. Una banda sonora del costumbrismo, la conversación del tiempo en un ascensor. Mollema no transciende, ajeno al bullicio, pero Mollema no se rinde y por eso conquistó el Lombardía. Nadie le esperaba allí. Probablemente ni él pensaría que estaría allí. “¡Es Irreal!”, se sinceró. Así que una vez conquistada la gran clásica, lloró de alegría y de emoción. Venció cuando el año acaba. El mejor final posible. “No puedo creer que haya ganado un monumento. No era el favorito, así que quizás los otros ciclistas me subestimaron un poco”, asintió el holandés.

Lo de Mollema es el tajo, la melancolía, el rictus otoñal. En la clásica de la hojas muertas, la de la anunciación del otoño y el ocaso de los monumentos, Mollema se descubrió preciso y selectivo. Camuflado en la sección de alta costura, en el Civiglio, Mollema aguardó su momento. Buchmann y Wellens lanzaron la primera salva. Su eco activó a Valverde, al que esposó Roglic, el jefe de pista. Woods, Roglic y Valverde se miraron. Atemperado el español, Mollema, un valiente, desplegó su plan. Tomó impulso por el costado ante la mirada del resto, pelín arrogantes, condescendientes con el holandés. Ese instante de superioridad moral aniquiló a los integrantes del grupo. Menospreciaron a Mollema, vencedor de la Clásica de San Sebastián de 2016. Mientras Roglic, Woods, Fuglsang y Valverde pensaban en el lujo y el oropel, Mollema, una hormiguita zancuda, tejía su triunfo puntada a puntada.

mollema resiste Plegado Civiglio, el holandés errante continuó su travesía por las carreteras reviradas hacia el evocador lago Como. Mollema disponía de 50 segundos de ventaja en el zurrón. Roglic, probablemente el ciclista del año, cayó en la cuenta de que se les escapaba la clásica de las hojas muertas tras la ráfaga de viento de Mollema. El esloveno no esperó. Quemados todos los equipos, atizó los pedales en el llano y entró en tromba en San Fermo della Battaglia para morder a Mollema. El holandés, encendido, una hoguera de ambición, no se apagó. Resistió. Con ese estilo feo se puso guapo en la ascensión definitiva, la que conducía a la gloria. El acelerón de Roglic espabiló a Fuglsang, Bernal, Valverde y Woods, que se reunieron con el esloveno. No decaía Mollema, que se sostenía con ímpetu a pesar de la ofensiva de Bernal, Woods y, finalmente, Valverde, que se encrespó en el descenso. Era demasiado tarde. El holandés, desatado, protagonista, estrella, se alumbró en Como. Por detrás, el inagotable Valverde batía a Bernal. Para entonces Mollema lloraba de alegría. Descorchado en el Lombardía.

1. Bauke Mollema (Trek) 5h52:59

2. Alejandro Valverde (Movistar) a 16’’

3. Egan Bernal (Ineos) m.t.

4. Jakob Fuglsang (Astana) m.t

5. Michael Woods (Education First)a 34’’