bilbao - “De mí siempre se ha dicho que soy frío. ¿Soy frío? ¿Pero frío para quién? ¿Comparado con quién? Yo no creo que lo sea. Cada uno tiene su personalidad”, confesaba un deportista de élite al que el público y la prensa consideraba escaso de carisma, poco empático, como si fuera sospechoso por no alimentar la bestia del espectáculo. Tampoco era un cuenta chistes, ni un iluminado, ni un regala oídos. En realidad se trataba de un extraordinario deportista, uno de los mejores en su especialidad. Sucedía que tan cauto como inteligente, era ajeno al extrarradio que demandaba de él lo que él no era. Como no era lo que querían que fuera, se desprendía sobre él cierto aroma de que no era un campeón completo. El motivo: no se prodigaba en las relaciones públicas ni el marketing. Era refractario a todo aquello. Le generaba zozobra y cuando, no, pereza. Prefería ocupar el tiempo en otros asuntos más importantes para él. Ese era su pecado. “Va, pero es frío, no transmite”, decían sus detractores para minusvalorar sus logros. Su personalidad, supuestamente, restaba épica y brillo a sus logros.

A Primoz Roglic, campeón de la Vuelta a España en un ejercicio extraordinario de ciclismo, en una inteligente gestión de la carrera, dominador en la crono y resolutivo en la montaña, le persigue la huella del backstage a pesar de un triunfo inapelable e histórico. Es el primer esloveno en conquistar una grande. “No sólo es mi mejor victoria, sino también la mejor del ciclismo de mi país”, se felicitó. Se supone que Roglic debe responder a cierto arquetipo, no se sabe a qué patrón concreto, ciertamente, aunque fijado por otros, para ser considerado como un gran campeón. Con el esloveno, tercero en el pasado Giro y vencedor de la Vuelta en un curso majestuoso, el foco de la carrera se giró. Con Roglic lo importante parecía estar en el después de la carrera, algo inaudito. Como si el personaje tuviera más peso que el ciclista. Roglic, vencedor sin tacha, sonríe para él, para sus adentros, en una felicidad íntima. Es su personalidad. Se debe respetar. En público es serio, de pocas palabras, no demasiado pródigo ante el micrófono. De hecho, Roglic imponía un máximo de preguntas en las ruedas de prensa. Por cuestiones así, se le colocó la cruz. Tal vez le haya sobrado algún gesto a Roglic en alguna rueda de prensa, pero situar en el escaparate su perfil aséptico y su discurso lacónico, la anécdota, a modo de categoría, parece desmedido para un corredor que no ha elevado el tono salvo en la bicicleta, donde ha alcanzado el máximo. Al contrario de lo que se puede trasladar, Roglic, el campeón, capaz de sobrevivir a numerosas circunstancias adversas, ha honrado a la Vuelta y le ha otorgado prestigio cuando otros dorsales ni se molestaron en saber cuándo se disputaba la carrera. Algo lícito. Cada uno busca los objetivos que desea y el calendario que entiende mejor para sus intereses.

El esloveno se alistó a la Vuelta con indudable gen competitivo. Quería ganar. Roglic, serio y riguroso, no iba de relleno. El esloveno comenzó la carrera trompicado, con una caída en la crono por equipos de Torrevieja provocado por un escape de agua de una piscina portátil que derribó al Jumbo. “Fueron tres semanas difíciles con muchos altibajos. Las caídas y contratiempos hicieron que fuese mentalmente complicado. Cada día pasaba algo y había que estar en guardia”, expuso el esloveno. Roglic se vio obligado al remonte desde el amanecer de la carrera, de la que era favorito. Además, la pérdida precoz de Kruijswijk, uno de sus puntales, le complicó aún más el entramado de la Vuelta. El esloveno no se quejó. Se centró en su misión. No hablaba, pedaleaba con firmeza. Sin excusas.

la crono, punto de apoyo Roglic, diezmado el equipo, aguardó a su gran oportunidad tras los primeros vaivenes de la montaña, en los que ofreció un estupendo rendimiento, siempre entre los mejores. En Pau, en la crono individual de la Vuelta, algo más de 36 kilómetros, el esloveno pasó por la sastrería de la Vuelta. Voló Roglic, que encargó el maillot de líder. Le favorecía el rojo. Desde entonces, los contratiempos de Roglic surgieron más por lo alocado de la Vuelta, que por instantes de debilidad. No se le detectaron grietas en las cuestas, donde se supone jugaba a la defensiva. Solo el viento pudo arrancarle la Vuelta. Camino de Guadalajara, en un etapa disputada a más de 50 kilómetros por hora, a punto estuvo el líder de perder su condición. Una escapada numerosa, más que el pelotón principal, en una jornada de locura, colocó a Roglic en una situación preocupante. Nairo Quintana se subió a esa fuga y el equipo del líder, persiguiendo a un cometa, se desintegró. Asomó entonces el Astana, con López en el mismo grupo de Roglic. El líder se subió al carruaje kazajo, que peleaba por mantener a Supermán en la lucha, y desactivó una día peliagudo.

Esa jornada fue clave para Roglic, que padeció otro episodio espinoso camino de Toledo. Una caída disparó el caos y la polémica. Hubo bronca en la Vuelta. Roglic rodó por el suelo, al igual que López. Poco después, Movistar lanzó una ofensiva total en medio de un páramo abierto al viento. Estaba prevista, según sus directores. Los equipos implicados en la caída se enojaron. Hubo palabras de grueso calibre y la intervención de los jueces de carrera, que decidieron no hacer barrage: dejar distancia entre los coches cuando Movistar había adquirido un minuto de renta. El líder y López regresaron entre coches al pelotón en medio de un ambiente sumamente enrarecido, irrespirable, bélico. Restaba el cierre en la Sierra de Gredos, una etapa que elevó a la estratosfera a Pogacar. El esloveno atacó a 40 kilómetros de meta para meterse en el podio y celebrar su tercera victoria de etapa. Un hito. Allí Roglic, que llegó de la mano de Valverde, abrochó la carrera. Atravesada la última frontera, al fin, sonrió. En La Cibeles, en la gloria, en un día para la historia, con dos eslovenos en el podio, la Vuelta sonríe a Roglic.